En los dos primeros días de noviembre, los cementerios parecen
convertirse en pueblos llenos de movimiento. Miles de familias llevan flores y
visitan las tumbas de sus difuntos. Es como si la muerte no tuviera fuerza para
romper los lazos familiares. Los cristianos creemos en la vida eterna y en que
volveremos a ver a nuestros seres queridos; pero de momento la barrera parece
infranqueable. Nos gustaría escuchar alguna palabra suya en nuestro interior, o
atisbar alguna señal de ellos; pero no parece que ocurra así. A lo mejor es
porque no empleamos un método adecuado. El don de la fe nos dice que los
difuntos, que murieron en amistad con Dios, viven personalmente en Él. Y a Dios
se llega por la humildad y la oración. Cuando procuramos elevar la mente y el corazón
al Señor, dentro de lo personalísimo que esto resulta, no es difícil conectar
con las ideas clave de la vida y darnos cuenta de lo verdaderamente importante.
Entonces, al rezar contemplando la vida de nuestros difuntos, podemos entender
con claridad algunas referencias de ánimo y de conversión, de paz y seguridad.
Una oración sosegada es el mejor modo de escucharles. Ellos vivieron,
trabajaron, rieron, lloraron, nos sacaron adelante, y lucharon contra sus
defectos. Si procuraron hacer la voluntad de Dios, pueden experimentar ahora un
periodo de purificación de sus almas, como antesala al Cielo, o estar ya el él
con la compañía maravillosa de la Virgen María y de todos los santos. Esto
último es por lo que rogamos, acogiéndonos a la misericordia divina.
Nosotros tendemos a percibir que lo más real es lo material que nos
rodea. Sin embargo, las biografías de los que nos dejaron están inmersas, sin
perder su personalidad, en la fuerza y consistencia de la vida de Dios. Algunos
autores espirituales explican que en este mundo vemos el tapiz por el lado de
los nudos, y que los colores y formas definitivas solo se contemplan en la
eternidad. Las cosas importantes son, a veces, al revés de como parecen. Ya lo
dice Jesús en el evangelio: “… ¿No habéis leído en el libro de Moisés, en el
episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios
de Isaac, el Dios de Jacob? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados
”(Marcos 12, 18-27).
José Ignacio Moreno Iturralde
2 comments:
Excelente, muy teológico y animante.
Muchas gracias.
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