Sunday, November 14, 2021

La nueva infancia de la sabia madurez


Cuando uno es niño ve las cosas con ojos de felicidad. Todo es nuevo en un mundo que está por estrenar. La conciencia de la propia pequeñez y dependencia, se apoya con gusto en el cariño y la dirección de los padres. Se ven las cosas, aunque con episodios pasajeros de lloros y berrinches, con una luz blanca natural que hace la vida grata, llena de juegos y de ilusión. Más adelante hay una búsqueda de la propia identidad, unida a un cierto espíritu crítico de lo que nos rodea. Junto a esto, el joven siente deseos de soñar y de hacer con su vida algo grande. La generosidad y el egoísmo, la verdad y la mentira, entran en pugna; y cada uno va tomando sus propias decisiones.

La madurez, en la que ya se conoce algo más de los límites propios y los de la propia vida, es un periodo más realista, que nunca termina de concluir. Se ponderan los logros familiares y profesionales, y no es extraño que exista una búsqueda de experiencias nuevas ante la monotonía de la vida. Una persona que viva con acierto sabe pensar en los demás, relativizar sus problemas, ser fiel a sus compromisos, pedir ayuda cuando haga falta, trabajar con empeño, y disfrutar de las ocasiones que ofrece la vida. Más adelante puede suceder algo novedoso: se llega a descubrir que lo verdaderamente importante no es que sucedan cosas nuevas, sino que se vivan con novedad e ilusión las cuestiones normales de cada día. Es una especie de entrada a una segunda infancia, pero con una luz de más largo alcance.

La doctrina cristiana afirma que no es necesario esperar a la ancianidad, para darse cuenta de que lo verdaderamente importante es saber querer a las personas, especialmente a nuestros familiares y a nuestros semejantes más necesitados. La fuerza de la gracia divina, para la persona que procura vivir en ella, da una dimensión profunda y llena de sentido a nuestra vida cotidiana. Todos los dolores y adversidades de la vida pueden verse desde la humildad, con el periscopio de la fe y de la esperanza. Entonces se descubre, incluso en lo hondo de los valles más amargos, una chispa de la luz de la gloria, para la que este mundo es solo una precaria antesala.

Hay algo difícil, pese a ser desarmantemente sencillo: darse cuenta del milagro de la realidad, situándonos en la perspectiva correcta de la gratitud. Estrenar cada día, echarle salero a la vida, ejercitar la caridad con Dios y con los demás. Y cuando no nos salga una a derechas, podemos volvernos a levantarnos como lo hace el niño, seguro del regazo de su madre y de los brazos de su padre.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

No comments: