Saturday, October 23, 2021

¿Por qué el aborto no es un derecho?



Los derechos humanos fundamentales no los da el estado de una nación; son anteriores a las legislaciones escritas. El estado solo puede reconocerlos, protegerlos, y exigir los deberes que tales derechos llevan consigo. Cuando no se ha hecho así, la historia ha asistido a enormes injusticias, amparadas incluso en ciertas leyes humanas, como las esclavistas, o las tremendas legislaciones racistas nazis.

Tampoco los derechos nacen exclusivamente del deseo de los seres humanos. En ese caso, muchos delincuentes tendrían derecho a cometer sus fechorías. Salvo en el caso de legítima defensa, no existe el derecho a matar a ningún ser humano: ni por motivos políticos, económicos, pasionales, o de cualquier conveniencia. El aborto voluntario supone matar la vida de un hijo en gestación. Hay sobrados motivos biológicos, filosóficos y jurídicos, aunque existan jurisprudencias abortistas imperantes, para percibir con claridad que el nonato es un ser humano, distinto a su madre, y que el valor de la dignidad de su vida no puede depender de quien tiene dominio sobre él.

Defender la vida del concebido no nacido es también defender a su madre, por muchos motivos. Pesa menos un niño en los brazos que encima de la conciencia. Abortar es matar una sonrisa: la del hijo que venía de camino, y en cierto modo la de sus padres. Las enfermedades psíquicas y fisiológicas,  que el aborto puede producir en las mujeres, son tan reales como silenciadas. Esta práctica supone el peor de los desahucios: el echar al indefenso de la casa de su vida. Consiste en reforzar una lógica de dominio capitalista, por la que el que tiene el poder explota al desvalido. Afirma un consumismo antiecológico, que no respeta el palpitar de los vivientes. Ataca de raíz a la igualdad en el derecho a la vida. Introduce una violencia de género por la que los progenitores eliminan a su hija o su hijo. Rompe las bases de la sostenibilidad demográfica, sin las cuales una sociedad decrece, envejece, y se tambalea.

Somos seres humanos; tenemos el deber de respetarnos a nosotros mismos. Y un ser humano es, ante todo, hija o hijo. Si desgarramos esa lógica, se produce una rotura en los cimientos de nuestra civilización. La imprescindible autonomía personal y el derecho a decidir no pueden hipertrofiarse hasta atacar a un tercero, sea cual sea el estadio de su vida humana. Romper nuestra naturaleza supone una alienación segregadora, animada por industrias sin escrúpulos, que nos aleja de un mundo familiar y fraterno. Hasta tal punto es así, que hay políticos que pretenden eliminar el legítimo derecho a objeción de conciencia de los sanitarios, debido a una pretendida prioridad del falso derecho a abortar. 

Nadie pretende que se obligue a tener hijos; pero lo que no puede hacerse es matarlos impunemente en los estadios más necesitados de su vida. No olvidamos los serios inconvenientes de un embarazo no deseado; por esto es necesario ayudar a la maternidad con medidas concretas y generosas. Como sabemos, el aborto es práctica común y masiva en nuestra sociedad. No hay misericordia, ni sensibilidad, ni solidaridad con los millones de fetos humanos abortados. Pero es posible cambiar porque el amor a la vida, a la familia y a los hijos, es más fuerte que nosotros mismos. Al proteger la vida con la ética del cuidado, es cuando nos reconocemos como lo que somos: hijos, madres, padres. Esta es la civilización de la esperanza y de la humanidad, que continúa viviéndose multitudinariamente. 

El aborto no es un problema de moral privada, sino el ataque permitido y fomentado al núcleo mismo de todos los derechos. Por esto no podemos dejar de defender la causa más decisiva y de progreso: la protección de la vida de todo ser humano.

 

  

José Ignacio Moreno Iturralde

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