La Revolución francesa es
estudiada en institutos, colegios y universidades, como la cuna de nuestra
sociedad democrática. Pero, tal y como se hizo… ¿Supuso un progreso o una
barbarie? Si quisiéramos escribir la crónica completa de la Revolución
francesa, habría que empezar citando a Jules Michelet, gran apologista de los
revolucionarios, autor que tuvo celebridad a mediados del siglo XIX. Su
sentenciosa expresión “La Révolution est en nous”, manifiesta la opinión de que
esta Revolución es la clave para entender la historia anterior y posterior de
Francia. De la obra de Michelet surge toda una corriente partidaria de la
revolución.
Sin embargo, en torno al
bicentenario de 1989, el escritor Louis Pauwels, afirmaba que se ha dado un
error de interpretación: “La historia imaginaria de los sucesos de la Francia
contemporánea, desde Michelet, fue el catecismo de los hijos de la República”.
La tradición pro-revolucionaria no recogió voces de intelectuales destacados
del siglo XIX. Uno fue Alexis de Tocqueville, para quien el periodo
revolucionario es “un ciclo infernal que va de la anarquía a la tiranía”.
También se olvidó la obra de Hippolyte Taine, quien describió la Revolución
como “un verdadero rodillo compresor”. Por eso, recuerda Pauwels, que “Taine
denuncia la miseria, el desprecio y el castigo que sufrió el pueblo a manos de
la administración del poder real, pero también las medidas absurdas de una
revolución conducida por una escolástica de pedantes con énfasis de
energúmenos”. Siguiendo las ideas de Taine, Guglielmo Ferrero escribió su obra
“Las dos revoluciones francesas”, donde plantea la pregunta de si la Revolución
logró los resultados apetecidos. Según Ferrero, los frutos del asalto a la Bastilla
no fueron un orden nuevo basado en los derechos individuales ni la instauración
de una fraternidad universal, sino la guerra civil y la masacre general.
El
costo de la Revolución
Al valorar la Revolución,
los historiadores dispuestos a quitarle su aureola encuentran un firme punto de
apoyo en las matanzas de La Vendée, realizadas por el régimen del terror.
“Nunca es tarde para restablecer la verdad”, dice Raymon Secher, autor del
libro “Un genocidio franco-francés”, sobre lo acaecido en La Vendée. Por otra
parte, el trabajo de Claude Petitfrére y Frederich Bluche escribieron
“Septiembre de 1792, la lógica de una masacre” recuerda las ejecuciones
realizadas en las cárceles durante los días en los que se proclamó La
República.
En cambio, Francois
Furet, piensa que la Revolución francesa supone “la llegada de la democracia y
su expansión europea: el acontecimiento fundamental de la civilización en que
vivimos”. A su juicio, la Revolución significa la madurez de la historia de las
naciones. Surgirá entonces la democracia, basada en la Declaración de los
Derechos del Hombre, que proclamó la Constituyente francesa de 1789, con
notable influencia de la Declaración de la Independencia Norteamericana de
1776. En parecidos términos se expresa el historiador René Sedillot en su obra
“Le cout de la Révolution francaise”, donde sin embargo reconoce que “caros han
costado la gloria y el prestigio: dos millones de muertos”.
La
represión ocultada
¿Es conciliable es
espíritu de la Declaración de los Derechos del Hombre con la devastación que
produjo el trauma revolucionario? El historiador Pierre Chaunu escribe sobre
“ciertos documentos, verdaderamente impresionantes, que hablan de una enorme
masacre de católicos en Francia, sobre todo en el oeste y en La Vendée. En esta
última, la masacre fue algo tan evidente, tan premeditado y atroz -se dio orden
de eliminar a las mujeres para que no pudieran traer hijos al mundo, despedazar
a los niños para que de mayores no se convirtieran en bandoleros-, que no
comprendo cómo aun hoy se duda en llamar a esto un genocidio… De los 600.000
habitantes de entonces en La Vendée, los muertos se cuentan por centenares de
miles”. Prosigue Chaunu hablando de los muertos que produjo la Revolución
francesa: “Nos encontramos, a partir de los cálculos que hemos realizado, con
dos millones cincuenta mil muertos de una población total de 27 millones de
habitantes. Un número increíble que supera las pérdidas sufridas por Francia
durante la Primera Guerra Mundial”.
Francois Furet da una
interpretación distinta de la matanza de La Vendée. En cierto modo, dice, el
terror y la persecución religiosa son imputables a la ideología revolucionaria;
pero también fueron, en parte, los efectos perversos -no deseados- de aquellos
ideales. Las atrocidades revolucionarias se dieron -por reprobables que
resulten- como una especie de accidente, según este autor. Con todo, Furet
reconoce que “la represión de La Vendée ha sido sistemáticamente ocultada por
la historiografía republicana y se ha infravalorado su importancia”.
Cristianismo
y Revolución
El cardenal francés Paul
Poupard al referirse a La Vendée afirma: “Niel Pinot, beatificado por Pío XI en
1926, y los noventa y nueve mártires de Angers, mi diócesis de origen,
beatificados por Juan Pablo II el 19 de febrero de 1984, pertenecen a ese grupo
de 3000 personas -hombres, mujeres, niños, sacerdotes, religiosos y laicos- que
fueron condenados por quien odiaba su fe”. Asimismo, George Suffert afirma que
“la mayor parte de los dirigentes de la Convención quisieron la liquidación del
catolicismo”. También Ferdinand Braudel asegura que “la constitución civil
margina por primera vez a los católicos franceses”. También la extensa obra de
Jean de Viguerie, titulada “Christianisme et Révolution”, destaca la vehemencia
descristianizadora de la Revolución francesa.
Libertad, igualdad,
fraternidad… Es difícil conciliar este lema de la Revolución con la realidad
recordada por Chaunu: “La persecución religiosa que sufrieron los católicos
franceses durante aquellos años no tiene parangón en la historia, si
exceptuamos las grandes persecuciones del siglo XX. Para todas ellas, la
Revolución francesa ha sido el modelo. La persecución religiosa no solo fue
persecución contra los religiosos, sino una revuelta contra el cristianismo,
con la explícita intención de descristianizar el país”.
Desmitificar
Louis Pauwels destaca la
obra de Auguste Cochin, fallecido en 1916, “que desvela la lista de sociedades
de pensamiento dentro de la Revolución Francesa y el establecimiento de un
totalitarismo ideológico de tipo contemporáneo”. Furet y Richet acreditan el
trabajo de Cochin: Los dos primeros han escrito “La Revolución francesa”, obra
en la que polemizan con historiadores marxistas. Furet, que destaca los avances
de la Revolución, no duda en criticar sus fracasos. Francois Fejtö deja
constancia de que “historiadores de izquierda están reescribiendo la historia
de la Revolución. Con ojo crítico, desmitificando, reconociendo, junto con las
conquistas positivas, los aspectos negativos y los graves daños ocasionados al
pueblo francés”.
Sería interesante
estudiar lo publicado sobre la Revolución francesa, tras el recuerdo de su
Bicentenario en 1989. Aquella conmemoración puso de manifiesto que la historia
pasada, estudiada con sensatez y veracidad, ayuda a entender lo que realmente
ocurrió y cómo nos influye en nuestra actual mentalidad occidental. Para poder
avanzar en nuestra sociedad democrática, hay que saber distinguir
qué hay en sus raíces de progreso y de barbarie.
José Ignacio Moreno
Iturralde
He retocado este artículo que publiqué hace años en ACEPRENSA.
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