Wednesday, May 24, 2017

La persona humana (Razón y Fe-2)

Es  propio de nuestra época relativizar la belleza, al gusto del espectador. Algo es bello si así me lo parece y porque sí. Pero sobre gustos hay mucho escrito, y hay quienes tienen mal gusto. Sí la belleza no responde a ningún tipo de armonía real en los seres, se llega a producir, según un libro de Lewis, " la abolición del hombre". Sí la armonía de cualquier cosa no es más que un efecto producido en el espectador, el mundo tendrá tantos sentidos como espectadores, o lo que es lo mismo: no tendrá ningún sentido Si las cosas no tienen un sentido en sí  mismas, el hombre tampoco escapa a ese sinsentido. Así, muchos seres humanos pueden ser oprimidos o suprimidos por otros, más fuertes o mejor dotados para la lucha de la existencia. Sin embargo, si la belleza de cada ser,  con todo el legítimo componente subjetivo de apreciación, es reflejo de algún trazo maestro, entramos en la civilización del respeto. El consenso sobre la belleza es poca cosa sin la belleza del consenso.

La propia corporalidad humana manifiesta comunicación y relación. El cuerpo humano es racional y familiar. No sólo puede engendrar y criar, sino que puede mirar y contemplar a sus hijos. Los brazos pueden utilizarse para agredir o para abrazar, a los demás y al mundo entero. Puesto que el hombre puede tener una idea de todo el universo, puede abrazarlo y sentirlo como un hogar.

Cada persona es un individuo, cuyo sentido y felicidad depende de la calidad de sus relaciones personales. Un ser humano se relaciona con toda la historia y con el futuro, de un modo consciente y libre. Desde su peculiar limitación, puede descansar sobre un universo que entiende, sin abarcarlo, en tanto que lo contempla como marco de una novela donde él es un personaje único e irrepetible.


El dolor y la desgracia, tan presentes en la historia humana, han sido y son objeto de cotidiana reflexión. El dolor puede ser motivo de desesperación o de esperanza, de apocamiento o de madurez. "El dolor es el megáfono que utiliza Dios en un mundo de sordos", decía Lewis. Los contratiempos y las adversidades pueden ayudarnos a cambiar de ángulo de vista sobre la realidad. Sí nos quedara un año de vida, y lo supiéramos, probablemente nuestra jerarquía de valores cambiaría notoriamente: algunos de nuestros primeros objetivos podrían pasar a un lugar muy secundario, mientras que otras metas que solemos dejar aparcadas, cobrarían nuevo y vigoroso impulso.


De todos modos el zarpazo del dolor es tan duro, en ocasiones, que la tentación del sinsentido puede acechar con vehemencia. Más provechosa y más humana es la actitud del sano abandono: "tal desgracia no ha dependido de mí, y aunque no la entienda no tengo por qué saber el sentido de todo". Es inmaduro negar el sentido de algo, simplemente porque uno no lo entienda. Dicen que el poco mal espanta y el mucho amansa. Un revés serio puede hacernos regresar a nuestra condición originaria de dependencia radical respecto a tantas cosas. Esta dependencia, asumida y aceptada, es fuente de sabiduría e incluso de buen humor.


El hecho de que en el mundo triunfe con frecuencia la injusticia y la mentira no es señal de absurdo sino de limitación. El mundo no es un ticket de entrada a un espectáculo, sino la mitad de esa entrada. En la muerte se puede ver un absurdo - una falta de sentido radical- o un pasen y vean lo que completa sobreabundantemente al sentido de la vida. La visión limitada del sentido del mundo, abierta a un sentido superior, es algo razonable. El replegamiento en el absurdo no lo es, ya lo dijimos, porque el absurdo es precisamente la negación de la razón.




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