Thursday, May 26, 2016

El valioso reto de educar a los hijos

El ser humano es fundamentalmente hijo. La filiación es en él tan nuclear como sus pulmones y su corazón. Meg Meeker, en su obra "Cien por cien chicos" afirma que "el padre es el espejo donde el hijo se mira para desarrollar su masculinidad". Aunque en la adolescencia lo encubran, los chicos necesitan del afecto, comprensión y exigencia de sus padres. Si un padre es medianamente bueno será el primer héroe para su hijo.

Algunos autores americanos suelen decirnos que ser virtuoso es rentable. Quizás vemos esas bellas teorías como algo no del todo cierto. Sin embargo, la pediatra Meeker nos ofrece en su libro citado una clara apuesta al valor de la educación en las virtudes, por sí mismo y por su impacto muy positivo en la vida de los chicos.

Los adultos tenemos la impresión que salir a buscar ranas, trepar con cuidado a los árboles y hacer excursiones por la montaña es mucho más saludable que pasarse un montón de horas delante de los ordenadores y las consolas. Pero podemos pensar que el mundo de los chicos de hoy es distinto y hay que acomodarse a los nuevos tiempos. Meeker reafirma nuestras intuiciones camperas con datos científicos, afirmando que aquellas actividades "antiguas" eran mucho mejores y que nuestra responsabilidad es que los chicos y las chicas no caigan presos en las redes sociales y en internet. No se trata de anular estos avances tecnológicos, pero sí de saber que tienen un gran potencial para el bien y para el mal. A más técnica hace falta más ética. Los padres y los educadores no pueden desentenderse del impacto de la tecnología en sus hijos. No se trata de desconfiar sino de tener sentido común. Algunos de los consejos de esta experta son los siguientes: "Convenzase de que usted cambia el mundo de su hijo". "Eduquelo desde su interior", valorando sobre todo la mejora del carácter del chico. "Deje que su hijo desarrolle su masculinidad" en tareas de ayuda a los demás, especialmente de los más necesitados. "Ayúdelo a encontrar objetivos y pasión por la vida". " Enséñeles a ser útil". "Insistale en que respete a los demás para poder respetarse a sí mismo". Persevere en su educación y "convierta se en su héroe". " Vigile y vuelva a vigilar": no se trata de desconfiar sino de entender al chaval, y de establecerse unos límites a su actuación. " Déle lo mejor de usted mismo". Meeker cree que "no existe tarea más noble que hacer de un muchacho un auténtico hombre". El libro recoge muchas anécdotas de su tarea como pediatra y consultora de familia; por ejemplo recoge las palabras de un padre que acompaña a uno de sus muchachos a la puerta de la universidad: "Déjame que te diga algo, hijo. Ver el hombre en que te has convertido a tus dieciocho años es, bueno..., es lo mejor que la vida me ha podido dar en este mundo".

El papel de la mujer es también analizado con profundidad en el capítulo titulado "amor de madre" donde profundiza en el nexo emocional materno-filial. Aquí destaca el papel de la madre como "guardiana de la dignidad de su hijo". Por otra parte, Meeker valora muy positivamente el que los padres enseñen a conocer la religión a sus hijos y demuestra, con argumentos contrastados, como la existencia de Dios da seguridad y confianza en la vida de los hijos.

La autora no se olvida de las familias separadas o monoparentales ofreciendo algunas sugerencias para la educación de los hijos que se encuentran en esas situaciones. Otro libro de Meeker se titula "Padres fuertes, hijas felices", donde aborda los aspectos específicos de la educación de las hijas, análogamente como en "Cien por cien chicos" estudia la educación de los hijos varones.

La familia aparece como auténtico núcleo y motor de la educación, con el que debe colaborar subsidiariamente el colegio y el tipo de enseñanza que los padres hayan elegido para sus hijos. Por este motivo, este libro resulta también valioso para profesionales de la docencia.

En el libro de Meeker subyacen ideas de profundo calado antropológico.  La persona humana esta hecha para ser amada y para amar. También es cierto que puede enfadarse con facilidad e, incluso, odiar. La familia, a lo largo de toda la historia de la humanidad, ha sido y sigue siendo el lugar privilegiado para querer y saberse querido. Todos los defectos de los que los humanos andamos bien surtidos no han podido destruir a la familia, pese al notorio número de rupturas matrimoniales de nuestra época. Esto es así porque el ser humano es naturalmente familiar, pese a los problemas - en ocasiones graves- que puedan surgir en el seno del hogar.

Quien primeramente educa a los hijos es su madre y su padre. Esto se debe a que cualquier hijo o hija espera de sus padres un amor incondicionado. El matrimonio podrá ser mejor o peor, pero para sus hijos sus padres son los mejores, sencillamente porque nadie les quiere tanto en este mundo. La familia es la primera y más necesaria escuela de educación. Cuando el matrimonio se rompe o alguno de los cónyuges desatiende gravemente sus deberes familiares, la confianza de los hijos es traicionada. Un hijo que no confía en sus padres está negativamente condicionado para su desarrollo personal. El castizo dicho "que te aguanté tu padre" es el desahogo de alguien poco simpático que, al menos, considera que hay una tabla de salvación para un joven molesto. Lo grave es cuando no aparece el padre que aguanté a su chaval, por falta de hombría o exceso de egoísmo. De todos modos, la realidad es rica y puede ofrecer modelos de autoridad y ejemplo en personas que sean referencia para esos chicos, aunque difícilmente podrán sustituir los vínculos de la filiación natural, salvo que se establezca una auténtica filiación adoptiva.

En la infancia y en la adolescencia es importante la vuelta a casa desde el “cole”. El chico o la chica llama a la puerta y le abre su madre, su padre o algún hermano. Pero...¿y si ya no ocurre así? Si un muchacho o una chiquilla de catorce años llegara a su casa, se encuentra la comida puesta pero el primer familiar apareciera a las tres o cuatro horas... ¿Se sentirá con ánimos para estudiar o hacer la tarea? No vamos a dramatizar pero analicemos este asunto más despacio. Para que un chaval estudie bien primero tiene que saberse protegido, seguro, querido. La tómbola verbenera del infante, la introspección existencial del adolescente, o la seguridad crítica del universitario son etapas variopintas de la vida que se mueven en una trayectoria con dos coordenadas fundamentales: el padre y la madre.

      La educación es una búsqueda práctica de la verdad en el amor. Quien más nos puede educar es el que nos quiere bien. Los padres son los primeros protagonistas de la aventura de educar. Una familia en la que señorea la estabilidad, la generosidad y la incondicional ayuda es la almadraba de la tarea educativa. Profesoras y profesores hay muchos, algunos especialmente importantes. Pero solo hay un padre y una madre. No siempre se dan las condiciones descritas, pero todo lo que se pueda acercar lo más posible a lo dicho antes es el punto de arranque más sólido de la educación.

           Una chica o un chico joven quieren hacer de su vida algo grande. Los estudiantes, contra lo que pueda opinar una sociedad parcialmente desencantada, quieren saber. Estudiar es fuente de libertad, de perspectivas amplias, de panorámicas abiertas. Estudiar no es un mortecino y rutinario sacrificio. Estudiar supone poner en juego algunas de las capacidades más elevadas del espíritu humano para hacer avanzar el testigo del progreso y trabajar por algo posible: un mundo mejor, más humano. Ningún joven quiere desatenderse de esta tarea. Ayudémosles con comprensión y exigencia.

Pienso también que es buena cosa que los padres recuerden a sus hijos la máxima paulina de que ”el que no trabaje que no coma”. Puede parecer dura aplicada a los hijos, pero es eficaz. No se trata de que los chicos desfallezcan  sino de darse cuenta de que, con cariño y fortaleza, educar en una vida dura es algo muy saludable para el carácter de los hijos.

La tarea de educar no es fácil ni tiene resultados inmediatos. Si los padres se desaniman al ver los escasos resultados de sus consejos a los hijos, especialmente a los adolescentes, puede ser bueno recordar dos cosas. Esa consideración que el joven escucha con despego y sin entusiasmo puede llegar a ser un notorio punto de luz en su vida. Por otra parte, no conviene olvidar demasiado cómo éramos nosotros a la edad de los chicos.
 
 
 
José Ignacio Moreno Iturralde

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