Thursday, May 26, 2016

Capital intelectual

Si hablamos de la princesa del Nilo, es útil saber qué es el Nilo. Esta es la idea fundamental que E.D. Hirsch desarrolla en su libro "La escuela que necesitamos". Este autor, profesor de escuela durante treinta años, es el fundador del movimiento " Core Knowledge", cuyos principios están orientando con éxito a 770 escuelas norteamericanas en 2010. Hirsch destaca el concepto de "capital intelectual", o cultura basada en los conocimientos, como el factor clave de la educación. La capacidad de aprender algo nuevo depende de incorporar lo nuevo a lo ya conocido. Para este autor, las teorías pedagógicas basadas exclusivamente en metodologías y estrategias de aprendizaje han llevado al fracaso de la enseñanza primaria y media norteamericana.

Hirsch destaca la experiencia de las Ecoles maternelles  francesas, para niños de 2 a 6 años. En ellas, los niños que asistieron a una edad más temprana demostraron una mayor eficacia académica. Frente la idea naturalista de retardar la entrada a la enseñanza en las primeras edades, lo que se ve es que una enseñanza preescolar adecuada y orientada a lo académico prepara bien a los alumnos para estudios posteriores.

Pasmo Rakic, neurobiologo de La universidad de Yale, afirma que " los estadounidenses piensan que no se debe pedir a los niños que usen su cerebro para realizar tareas difíciles mientras son pequeños: 'déjenlos jugar, ya estudiarán en la universidad'. El problema es que sí no se les entrena en una época temprana, el estudio se vuelve más difícil". Para Hirsch "la meta de la educación no es seguir la naturaleza humana sino corregirla, situarla en un camino de virtud que suele ser contrario a su desarrollo natural". Según este autor, pensar que se pueden adquirir destrezas intelectuales genéricas para saber seleccionar la información adecuada en múltiples casos "es un espejismo"; porque "el pensamiento superior no funciona aplicando técnicas formales o los datos consultados, sino más bien usando con eficacia diversas pistas, estimaciones y análisis provenientes de conocimientos previos".

El estudio requiere de la  aplicación de la inteligencia. El verbo latino " intelligere" viene de "intus legere", leer dentro de las cosas. La inteligencia requiere de concentración para comprender los contenidos que se le proponen. La capacidad de concentración es un don maravilloso que algunos tienen más que otros, por diversos motivos.  Esta capacidad es la puerta de entrada a la comprensión de lo que se va a estudiar. Por tanto, antes que una mente destacada, lo que hace falta para estudiar es una mente equilibrada, gracias a la ayuda de la voluntad.

Estudiar supone entrar en los contenidos de una materia: leerlos, comprenderlos, memorizarlos en sus partes más relevantes, y ser capaz de expresarlos de acuerdo a su naturaleza lingüística, matemática, etc. Todo esto requiere el ejercicio de virtudes humanas como la templanza y la fortaleza, entre otras. José Ramón Ayllon ha destacado en su libro "Diez Claves para la educación" el papel de los buenos hábitos como elementos imprescindibles del proceso educativo.

Voy a decir ahora cosas que, en mi opinión, no son estudiar: leer, pasar a limpio los apuntes, buscar información en internet. Todo esto puede ayudar al estudio, pero no lo sustituye. Lógicamente no será igual el estudio de un chico de doce años que el de uno de dieciséis, pero estudiar no se reduce a hacer tareas. Es importante hacer trabajos, ver películas educativas, debatir temas y hacer prácticas. Pero hay dos cosas que no pueden eliminarse en la educación escolar: un profesor que explica lo que sabe y un alumno que estudia lo que le han enseñado. Estudiar es un ejercicio personal y esforzado de reflexión y comprensión de los contenidos previamente entendidos. Es aquí donde se templa el espíritu del estudiante, adquiriendo hábitos y madurez. Además, contra lo que muchos piensan, el estudio puede ser algo tremendamente atractivo. Cuando se domina una asignatura se puede disfrutar con ella.

Quisiera insistir en otro aspecto: el silencio. Calma, serenidad, paz. La tranquilidad del hogar es el primer requisito para tener una cierta serenidad en la cabeza, algo imprescindible para poder estudiar, trabajar y aprender. No es una batalla perdida; se trata de ir recuperando cotas de paz. Desenchufarse de tanto aparato nos pone delante de nosotros mismos; es decir: nos ayuda a tomar la vida en nuestras propias manos para vivirla con un rumbo diario. El silencio es como una noche en la que, con frecuencia, se ve alguna estrella. Al trabajar en silencio el espíritu se cultiva, madura como el buen vino. La sabiduría, aunque sea discreta, necesita fraguarse con tiempos de silencio creador.

La televisión puede ayudar a la convivencia familiar, pero pienso que no es positivo tenerla puesta de modo indiscriminado. ¿Daría uno de comer a su familia lo primero que se encontrara en la calle?... No es menos importante la digestión del cerebro; y si esto no se valora se echan a perder capacidades especialmente importantes en la infancia y en la juventud. Conviene meter en cintura, aunque sea un poco, los hábitos de la familia respecto de los medios de comunicación. Dejar a un niño o a un adolescente con una conexión libre a internet, día y noche en su cuarto, es permitir que pueda empeorar su carácter y su salud. Algunos se acuestan tarde y pasan las dos o tres primeras horas de colegio del día siguiente literalmente dormidos, en posturas francamente incómodas.

 Para el aprendizaje humano es muy eficaz el consejo de Antonio Machado: ”Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”. Vivimos en una sociedad de tareas, de cosas hechas y tachadas; pero se precisa evaluar más la calidad del trabajo, no solo la cantidad. No se trata de perfeccionismos poco realistas sino de realizar las cosas bien, con espíritu de artesano; al menos de intentarlo. Éste es un ejemplo vital que los mayores hemos de dar a los más jóvenes porque resulta muy atractivo y eficaz.

Para cultivar la mente es bueno que los hijos se aficionen a leer libros adecuados a sus edades. Lo harán si ven que sus padres leen de vez en cuando, aunque sea un rato a la semana. Además, tener un familiar que cuenta cuentos a los chicos más pequeños o no tan pequeños es, sin duda, un lujo que conviene fomentar, si es posible.

Es cierto que hay muchos alumnos que están mejor dotados para estudios de carácter más práctico, como la formación profesional. Es importante entender que todos valemos para algo y se trata de ver qué es lo que nos va mejor. La Formación Profesional no es el refugio de los malos estudiantes, sino unos estudios más adecuados a chicas y chicos que requieren de una enseñanza orientada a oficios manuales o técnicos. Estos estudios, estructurados con sentido común, pueden abrirse a un mercado laboral satisfactorio o a la ampliación de estudios, incluidos los universitarios. Todos los alumnos tienen, evidentemente, una misma dignidad; pero tratarlos igualitariamente es un error, porque existen diferencias entre unos y otros. Atender a la diversidad es un requisito de sentido común, imprescindible para el éxito escolar. Un tipo de educación que fuerce la uniformidad en los planes académicos de la escuela termina por empobrecer seriamente el desarrollo de los alumnos, como se ha comprobado a lo largo de demasiados años.

Hay algo más importante que saber mucha economía o mucha matemática: saber vivir. Llevar una vida buena es la asignatura de la sabiduría. Hay personas de pocos estudios que tienen una grandísima categoría personal. El estudio académico es, sin lugar a dudas, un medio y no un fin. Sin embargo, todo este conjunto de personas poco letradas y encantadoras se verá más seguro y feliz en la medida en que los estudiosos punteros lo hagan con calidad científica y honradez intelectual, abriendo caminos de estabilidad cultural, laboral y social. No todos podemos ser Fleming, pero gracias a este señor se han salvado millones de vidas. No está al alcance de la mayoría ser un pensador como Tomás de Aquino, pero en la catedral intelectual que construyó se han sentido seguros y protegidos labriegos y cortesanos, reyes y amas de casa; cuya realeza, por cierto, es mayor a la de cualquier diadema.


José Ignacio Moreno Iturralde

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