Sunday, August 18, 2024

Nuestro yo más profundo es una ventana abierta a Dios


Situarse por encima de estados emocionales es una manifestación de autodominio y, quizás, de madurez. Conseguir controlar, por ejemplo, la euforia o la ira, es algo provechoso para uno mismo y para los demás. Sucede algo análogo, con cuestiones como algún enamoramiento que juzgamos improcedente, por lo que ponemos medios para abandonarlo y evitar su desarrollo.

Por otra parte, somos algo más que nuestros pensamientos: en ocasiones nos damos cuenta de que nos invaden ideas tóxicas o negativas, que haremos bien en cambiar por otras que nos den paz, ánimo, y nos hagan ser mejores. En otro terreno, un esfuerzo sostenido por la voluntad puede ser dejado a un lado, si nos percatamos de que se trata de una cabezonería o un puro voluntarismo. Respecto al empleo de la libertad, podemos entender que esta estupenda propiedad no es un fin para sí misma. Ser libres se orienta a elegir lo que estimamos más adecuado; no se es más libre si uno no elige nada: esto sería precisamente la negación de la libertad.

Todo lo dicho prueba que somos capaces de estar, en cierta medida, por encima de nuestras facultades sensibles, e incluso racionales. Esto es posible porque hay un núcleo personal, que se desarrolla en todas las facultades antes descritas, y en otras, pero que es superior a ellas. Este centro de la persona no es algo que nosotros hagamos, sino algo que nos es dado. Es decir, nuestro ser más profundo es una donación, no un logro. Tal regalo solo puede provenir de alguien con capacidad de crear un ser con una dimensión espiritual -capaz de superarse a sí mismo-. Por esto, puede decirse que nuestro yo más profundo es una ventana abierta a Dios.

Estamos constituidos para el conocimiento, la libertad, el amor y la coexistencia con los demás: estas características fundantes de nuestro ser personal -que Leonardo Polo llama trascendentales de la persona- son anteriores a las capacidades y actos a través de las cuales se van a desarrollar. Estas propiedades nucleares iniciales no las hemos elegido; pero podemos encaminarlas hacia sus fines con acierto a lo largo de la vida, o desviarlas y deformarlas.

El ámbito emocional y racional es algo rotundamente humano, que ejercitaremos en la vida. Pero conviene tener en cuenta lo siguiente: es un error grave entendernos como un conjunto de sentimientos, incluso de capacidades, que no tuvieran más remedio que seguir sus impulsos para ser felices. Un ser humano es alguien con una profunda interioridad, que puede modelar su razón, voluntad y corazón de acuerdo a un modo de ser que nos ha sido donado. De este modo es como puede lograrse una actuación hacia una vida plenamente humana y feliz, con los altibajos propios de nuestra existencia.


José Ignacio Moreno Iturralde

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