Friday, December 18, 2020

Respuesta personal ante la cultura de la muerte

El trébol formado por el divorcio, el aborto y la eutanasia tiene un tronco común: una autonomía de la conciencia absolutizada. Los seres humanos tenemos una libertad y responsabilidad que actúa según una conciencia personal. Sin embargo, resulta clave discernir cuál es el alcance de esta autonomía moral. La realidad del mundo, y gran parte de la de nuestro propio modo de ser, es anterior a nuestra libertad. Cuando ésta se agiganta y rompe los límites de la realidad, termina por romperse a sí misma. 

La fidelidad conyugal puede suponer mucho sacrificio, pero la estabilidad familiar es un bien para los cónyuges y para sus hijos. Puede haber situaciones insuperables, pero cuando se antepone la voluntad propia a la naturaleza de la familia llegamos a una sociedad plagada de divorcios, de mujeres y hombres desencantados, y de hijos que no gozan de la seguridad personal que da una familia unida. Traer un niño al mundo supone esfuerzo y puede provocar situaciones complicadas. Si la voluntad propia se impone absolutamente a la vida del nonato, nuestra sociedad considera entonces un derecho eliminar a los hijos que venían de camino provocando una escalofriante cifra de abortos.

Cuando la autonomía moral se hace un dios para el propio yo, éste puede exigir al estado que ponga fin a la vida humana mediante la eutanasia. Una situación de enfermedad o sufrimiento intenso pasan a justificarlo. Sentado este nuevo principio, los límites del respeto y cuidado a la vida de las personas pasan a ser relativos y recortables según lo entienda la voluntad del enfermo, o la de otros que toman por él tal decisión.

Todo este sombrío panorama de la cultura de la muerte olvida algo trascendental: el sentido de la vida de cada persona está antes fuera que dentro de sí misma. De esta clave antropológica parte la cultura de la vida, que se basa en otro trébol distinto constituido por el amor matrimonial, la alegría de los hijos y el cuidado de enfermos y ancianos. Esta es la cultura que tiene futuro y saldrá adelante por su propia naturaleza. Pero, coyunturalmente, la cultura de la muerte logra avances. Es el caso de la reciente ley de eutanasia española, aprobada de un modo precipitado, oportunista y excluyente del diálogo social. Este atropello puede ser contestado, entre otros modos, por una apertura del yo a la generosidad, a la vida y al servicio a los demás. Una decisión ambiciosa que toca a cada uno concretar.

 

José Ignacio Moreno Iturralde

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