Monday, July 06, 2020

Matrimonio y renovación personal



Tenemos pensamientos buenos y nobles; pero otros no lo son tanto, incluso algunos son tóxicos. Una persona positiva tiene que esforzarse por mejorar sus pensamientos. Lo mismo sucede con los afectos: soñamos con un amor que merezca la pena; y no podemos olvidar que habrá que pasar la pena que hace bueno ese amor. El matrimonio exige de los casados lo mejor de sí mismos: hacer que el cónyuge y los hijos, si se tienen, sean felices. Esto pide mucha renuncia y mucho olvido de sí mismo. El matrimonio cristiano cuenta con la gracia de Dios: una fuente regenerante del amor humano, que pasa por encima de defectos y dificultades. Se llega así a un amor profundo, realista y maduro. Es en esa escuela de virtud y felicidad donde los hijos crecen seguros, con un futuro más abierto a la esperanza.

Es verdad que hay situaciones matrimoniales complejas y difíciles, que requieren una atención particular. Pero otra cosa muy distinta es la banalización del matrimonio hasta convertirlo, solamente, en un pacto transitorio de afectos. Esto conlleva no solo a la disolución del matrimonio, sino a la erosión de la propia identidad. Ser marido, mujer, padre, madre, es algo nuclear y exige de nosotros responsabilidades y promesas, que son las  que nos hacen más humanos. Se ha escrito “te amaré por tu fidelidad y te seré fiel por tu amor”. La fidelidad es el nombre del amor comprometido en el tiempo; la flecha que traza una trayectoria con finalidad, sentido, fruto y referencia. Aunque cueste renovar la mente y el corazón, quienes cuentan con la fuerza de la misericordia de Dios y descansan en ella, tienen una especial ayuda para hacer de la familia el mejor sitio para vivir y para renovarse personalmente.

 

 José Ignacio Moreno Iturralde


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