Wednesday, January 11, 2017

El poder del buen humor

Llegué como profesor nuevo a un Claustro del Instituto Ramiro de Maeztu. Asistían muchos profesores y en el ambiente se respiraba un denso tedio. Una señora leía unas aburridísimas actas de la reunión anterior, acerca de rancios temas administrativos. Corría el papelito donde uno firmaba su asistencia. Yo esperaba que me llegara el turno para ver si, con suerte, podía zafarme de allí cuanto antes. La lectora prosiguió diciendo: “La señorita Paloma…” En ese mismo momento un profesor con solera alzó la voz y confesó: “¡Un momento, un momento,… Quiero que conste en acta que yo amo a la señorita Paloma; la amo!”. La carcajada fue general, los rostros aburridos de mis colegas y el mío irradiaron humanidad y poco faltó para que nos tomáramos algo juntos. Ya sí que estaba en mi instituto.

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