Saturday, May 08, 2010

La verdad de la propia vida

Nos interesa saber la verdad de las cosas: de un asunto familiar, de una calificación académica,...La verdad nos motiva. No se trata sólo de una cuestión de cabeza sino de toda nuestra realidad; por ejemplo: la veracidad de los sentimientos que muestran conmigo, o la veracidad de mis propios sentimientos.

La verdad tiende a buscar la unidad de los diversos aspectos de nuestra vida: familia, amigos y amigas, estudio, diversión. No es fácil encontrar la unidad de la verdad de todas estas cosas. Pero si renunciamos a encontrarla habrá trozos de nuestra vida que no vivimos en primera persona; más bien pasamos a ser una especie de espectadores pasivos de nuestra propia vida.

Siempre hay algo que no nos encaja bien: un problema familiar, de estudios, amigos, salud, carácter. No logramos que todo funcione.¿Qué interpretación podemos dar a esto? Una respuesta negativa sería decir que somos un “quiero y no puedo”. Otra respuesta positiva estaría en afirmar que el hombre tiene que salir de sí mismo, pedir ayuda y confiar.

Conocemos a personas que merecen nuestro crédito: nuestros padres, hermanos, amigos. Pero pueden fallar; incluso en cosas importantes. También nosotros podemos mentir a los demás. ¿Dónde podemos encontrar la seguridad de la verdad?... La necesitamos para vivir una vida llena de sentido, plenamente humana. Es importante esa verdad segura para no devaluar nuestra vida. Vemos fragmentos de esa seguridad cuando encontramos a la verdad encarnada; es decir: cuando vemos la verdad hecha amor: afirmación de los demás, ayuda, generosidad sin buscar nada a cambio. O sea, cuando vemos un ejemplo en la conducta de una persona veraz, que actúa por amor no una o dos veces, sino de modo estable, con las limitaciones de la condición humana. Nos percatamos de que esa persona actúa con una fuerza superior a sí misma. Una fuerza que es verdad y amor al mismo tiempo. Percibimos que esa persona tiene luz, tiene ángel; que en ella está actuando Dios.

Toda nuestra corporalidad puede expresar ese deseo de verdad y de amor; pero no de modo inmediato porque en nuestro espíritu hay compartimentos oscuros que contienen miedos, vergüenzas, incluso falsedades. Necesitamos una fuerza que nos renueve el corazón y que nos de luz sobre la verdad de nuestra propia vida, en medio de nuestras virtudes y de nuestras fragilidades.

El cristianismo revela que la mayor verdad se identifica con el mayor amor. Un Amor que quiere inmensamente a las criaturas y se pone a su nivel, educándolas en el amor. Las da a conocer, de un modo discreto y dialogante, el sentido de su espíritu y de su cuerpo. Pero esto es posible si los hombres se dejan querer por Él, si confían en Dios.

La Eucaristía y el modo de vivir que implica –la entrega- supone un espíritu nuevo...el hombre se endiosa y, por esto, se hace más humano. El hombre puede confiar o desconfiar, abrirse a la Verdad o cerrarse en sí mismo; como decía Chesterton “escoger la luz o la oscuridad, y cada uno tiene que elegir”.



José Ignacio Moreno Iturralde

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