Friday, June 22, 2007

Una mujer genial

En el hospital de La Princesa, inyectada con suero y con la cabeza algo ida, Mercedes me decía: “espera, espera que te hago una tortilla”; al mismo tiempo que gesticulaba intentando batir un huevo con una invisible cuchara en su mano. No estaba de broma sino sonada por la enfermedad y las medicinas. ¿De donde surgía su afán culinario? De lo que había hecho toda la vida, servir.

Mercedes, hermana de Ana María, pasó en su juventud las penurias de la guerra. Se casó con Manuel, un valiente soldado que marchó a Rusia con la división azul. Allí encontró la muerte, tras una explosión y unos días de agonía, un veinticinco de diciembre.

Mercedes, joven y viuda, trabajó como telefonista en la centralita del diario Arriba. Una foto de época recoge a Mercedes y Ana María, ambas con vestido negro, paseando por la calle y partiéndose de risa.

Su casa era el punto de encuentro de toda la familia, un lugar donde charlar y reponer fuerzas, especialmente gastronómicas. Aunque con el paso del tiempo este último aspecto se puso inquietante. Dado por supuesto el afán femenino de alimentar a todo bicho viviente, aquello llegó a más. Era muy difícil parar a Mercedes en sus suplementos de primer o segundo plato. Atónito quedaba el incauto comensal al observar como surgía en la mesa un tercer plato inesperado, con el agravante de un próximo y concienzudo postre. Todo riquísimo, todo nutritivo, un manjar que en días sembrados llegó a requerir veinticuatro horas de riguroso ayuno para ser asimilado.

Lejos de tener un temperamento melifluo y dulzón, Mercedes refulgía brotes de justificado genio que inquietarían al mismísimo fundador de la Legión. Con los años su carácter se hizo mucho mas limado y amable con algunos miembros, más difíciles en el trato, de su dilatada parentela.

Ella se quedó a cargo de su madre, cuando Ana María contrajo segundas nupcias y Dolores, otra divertida hermana, encontró su media naranja.

Mercedes tenía su casa limpia como los chorros del oro. Aquél hogar estaba lleno de decoración pero no resultaba recargado sino acogedor. Un reloj de pared marcaba la serena cadencia del tiempo. En algunas ocasiones llegaba un pobre al portal. Sabía muy bien lo que hacía. Mercedes le bajaba un bocadillo de redondo –su especialidad-, bien regado con salsa, y una cerveza.

Tras la muerte de su hermano Luis, Mercedes estuvo pendiente de su cuñada Agustina. Posteriormente supe que atendió a la mujer de Luis durante una grave enfermedad y se encargó personalmente de hacerse cargo de todo lo relativo a su fallecimiento y entierro. Mercedes era profundamente cristiana. Regresando de la Iglesia, en una tarde de invierno infernal, no se encontró bien. Al poco tiempo hubo que trasladarla al hospital. Días más tarde me comentó lo simpático que fue aquél traslado pues por la ventanilla de la ambulancia iba rezando por todas las personas a las que podía ver en la calle.

Una noche me tocó quedarme de guardia con ella. Me contó cosas por las que me daba cuenta de que vivimos en un mundo de cartón detrás del que hay un misterio inmenso de sentido.

Tras una leve mejoría por la que pudo regresar a casa, con gran alegría, una recaída provocó un definitivo reingreso hospitalario. Durante unos días sufrió mucho físicamente. Murió en paz.

Mercedes fue un enganche de unión para sus hermanos, cuñados y sobrinos. Dedicó su vida a servir, con alegría y con fortaleza.


José Ignacio Moreno Iturralde