Hace tiempo escuché la hipótesis de que el diablo y sus ángeles se rebelaron contra Dios por no admitir el designio divino de la Redención del género humano. Esta misma idea he vuelto a verla expresada, con todo rigor teológico, en el libro “La Inmaculada, esperanza ecuménica de la Iglesia” de Joaquín Arellano, recientemente publicado. Los demonios no fueron capaces de aceptar la insondable humildad de Dios, que se encarnaría en el seno de una Madre Virgen para salvarnos de nuestros pecados. Lo que me ha parecido intuir es que la misma prueba, a nuestro nivel, se nos presenta a los hombres. Aceptar a Santa María es aceptar el estilo de su vida humilde, sencilla y llena de entrega y Amor a Dios. Ser cristiano es ser hermano de Cristo e hijo espiritual de María. Hemos de ver si nuestros pensamientos, afectos y obras se parecen a los de la Virgen –salvando la inmensa distancia, que se hace cercana por su maternidad- porque esta es la pieza de toque de la autenticidad de nuestra vida cristiana. Quien más se parece a María más se parece a Cristo.
José Ignacio Moreno Iturralde
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