Quiero referirme a personas que son católicas pero que han perdido el hábito de la práctica dominical ¿Por qué? Supongo que habrá muchas respuestas: Tal vez pereza, pérdida de la costumbre, debilitamiento de la fe, etc... Pensando en personas conocidas - especialmente en jóvenes- a los que les ocurre esto, me ha parecido que puede existir un motivo más de fondo, del que incluso el interesado no sea muy consciente. Desde luego al meterse a un ejercicio de psicología tan aventurado uno corre el peligro de meter la pata, pero pienso que compensa correr el riesgo. Tal vez, junto a otros factores, puede haber una sensación de que “la Misa no es para mí”...”Mi estilo de vida es otro, más liberal”. Profundizando más uno puede haber asumido, casi inconscientemente, que no es capaz de vivir en gracia, que no está hecho para vivir en comunión con Dios; aunque este motivo de fondo se camufle con otras muchas razones. Pues bien: Nada más falso. Dios nos ha regalado la Misa, la renovación sacramental del sacrificio de su Hijo, a cada uno de nosotros. Lo ha hecho con inefable cariño. Si nos esforzáramos en mirar a Jesucristo en vez de a nosotros mismos encontraríamos la motivación y la fuerza más que suficiente –porque viene de Él- para frecuentar el trato sacramental –íntimo, encarnado- de un Dios que nos quiere con locura. La intercesión de Santa María es siempre el camino más rápido y el más amable.
José Ignacio Moreno Iturralde
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