Friday, August 26, 2005

Fidelidad a Dios

Si la existencia de Dios y la entrega a Él, como mejor modo de vida, tuviera una clara demostración matemática el asunto tendría poca gracia. Vista la cuestión con nitidez, los hombres virtuosos no dudarían en emprender ese camino y, paradójicamente, no tardarían en convertirse en unos necios. No llegarían a la meta porque no tendrían que jugársela en la aventura de la confianza. Sin embargo, lo que ocurre en realidad es que para ser fiel no hay evidencia; hay que confiar, es decir, amar cuando las cosas se ven claras y, sobre todo, cuando se ven oscuras. Por otra parte, volviendo a la hipótesis de esa deslumbrante y evidente verdad exacta máxima, los hombres que no quisieran deshacerse de sus vicios se atormentarían ante la evidente mala elección que supondrían sus acciones. Pero la gracia de esta trascendente cuestión está, como me enseñó un amigo, en que Dios está lo suficientemente claro para que el que quiera seguirle lo haga con más mérito y lo suficientemente oscuro para que el que lo rechace tenga menos culpa.

La fidelidad a Dios supone trasladar el centro de gravedad de nuestra personalidad a la Voluntad divina; y esto tiene gracia; gracia de Dios, sin la que no podríamos hacer semejante traslación. En esta especie de camino inesperado ocurre que se encuentra la propia y personal identidad. San Josemaría decía a los maridos que el camino que llevaba al cielo tenía el nombre de sus respectivas mujeres; y a las esposas les decía lo mismo en relación con sus maridos. Nótese que es un camino bien distinto al de uno mismo; y, sin embargo, es el que lleva a reconocer nuestro verdadero rostro en el amable semblante de Dios. Podrá parecer que este camino es tan áspero que en ocasiones tendremos que comer piedras negras, pero al final: “Al que venciere le daré del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe” (Apocalipsis 2, 17).

La senda de la fidelidad supone un revulsivo para la vida; Nietzsche, que se decía tan vitalista, no lo entendió. Por esto la alegría es la tonadilla de fondo de los que recorren el camino de la fidelidad. El ser humano es demasiado grande como para vivir para su gloria; que finalmente se refleja mezquina. En expresión de Umbral, tal complacencia termina en “una estatua donde defecan las palomas”. La persona humana necesita ser fiel para ser persona. Se le otorgan límites, que debe aceptar, para que mirando a lo alto tienda mucho más allá de sí misma y supere de tal modo su propia limitación que se haga una criatura nueva. El hombre no precisa de un espejo eterno sino de una ventana a la eternidad. Los discretos preludios de la alta tensión de la Gloria de Dios son los que levantan una y mil veces a la persona fiel. Pero esta suerte de vida resulta ser, pese a los dolores y adversidades, muy feliz; porque uno descubre que es un personaje del mito real; como llamó Lewis a la visión cristiana del mundo.

La fidelidad es un sendero de sencillez y en tiempos donde campea la infidelidad hemos de deducir que las vidas de muchos se hacen complicadas. Si la esencia de la poesía es aceptar con paz la propia identidad, en armonía con el cosmos, no se puede pretender hacer un mundo a la medida de cada uno. Por esto parece que hay hoy pocos hombres y mujeres verdaderamente felices; porque no son románticos; porque no son fieles; porque no aceptan sus límites. La borrachera de autonomía personal ha cogido, misteriosamente, el micrófono de bastantes instituciones y medios de comunicación y está propagando a los cuatro vientos una sarta de estupideces que hacen la vida del hombre chabacana y desesperanzada. Se pretende ser fieles a la propia autonomía sacrificando al final la felicidad; en vez de fomentar el ser autónomamente fieles para acabar finalmente felices, sacrificando el propio egoísmo.

Lo que sí está fuera de confusión son las vidas esculpidas de esas personas fieles que nos han dejado el testimonio de sus vidas enterizas, entregadas, alegres y responsables. Hombres y mujeres de Dios que han sabido vivir para los demás y que no se han dado importancia, ni se han dejado abatir por la magnitud de las propias miserias personales. Han sabido querer, han sabido confiar, y por esto son el referente fiel que nos sirve de guía. Así también nosotros tenemos la gozosa obligación cristiana de ser hombres y mujeres fieles, felices, aunque nos veamos muy lejos de serlo. Hemos de hacer de nuestra vida un cantar sencillo, decidido, luminoso, alegre, que sirva de referencia a otros muchos. Sólo con lógica –que nadie desprecia- no llegaremos a una vida tan fecunda; pero con la lógica de la confianza y de la fidelidad sí.


José Ignacio Moreno Iturralde

2 comments:

Anonymous said...

Que hermosas reflexiones. Estaba buscando material para compartir acerca de la fidelidad del cristiano y me ha ayudado mucho leyendo tu blog.

Dios te bendiga grandemente

Jose Ignacio Moreno said...

Muchas gracias; lo mismo digo.