Wednesday, August 10, 2005

Encarnación y anticoncepción

Al pasear tranquilo por destacados museos y pinacotecas se redescubre la repetición creativa de los motivos artísticos de los principales misterios revelados del cristianismo. Siglo tras siglo los más agudos ingenios han intentado, desde la fe, apresar en lienzos o esculturas los momentos más decisivos de la historia. Sorprende una vez más el mensaje: Dios se hace niño en el seno de una mujer muy joven; corre la misma suerte que cualquier persona de condición humilde, aprende de José un oficio de artesano, anuncia que viene a salvarnos de los pecados, muere en una cruz por afirmar su condición de Hijo de Dios y resucita tal y como había predicho. Es algo tan insondablemente sublime como sencillo. Lo hemos escuchado cientos de veces pero lo asimilamos con una lentitud e ineptitud digna de perplejidad. Siendo la explicación más sencilla, profunda y satisfactoria para el ser humano observamos, con sorpresa, la tremenda falta de confianza que nos invade para sumergirnos en este Bautismo.

En las circunstancias históricas, que aquí no se analizan, se ha provocado y se provoca una ruda oposición de sectores sociales que se enfrentan vehemente al mensaje evangélico. Sospecho que lo hacen, en parte, por motivos similares a los que Nietzsche apelaba para atacar al cristianismo. Ven en la Iglesia Católica abnegación, tristeza, opresión, angustia; en definitiva, un ataque a la vida. Si a esto añadimos la falta de virtud de los cristianos, tenemos la coartada perfecta para segregar las ideas religiosas que, para colmo, -piensan- intentan seguir instalándose en un podio social.

Como es lógico hablo desde el más respetuoso respeto al derecho de libertad religiosa pero quisiera intentar aclarar algo que me parece de interés. Muchos de los que atacan a la religión católica no lo hacen, como pretenden, porque esta religión ame poco a la vida sino porque la ama muchísimo. Los lobbys anticristianos consideran a la familia “como un confortable campo de concentración”-en expresión de una feminista pionera norteamericana- sin darse cuenta de que el campo de concentración es el necio planteamiento de considerar que el amor es algo confortable. Al admirar la genial frescura con la que pintores cristianos han representado a la Madre de Jesús dándole el pecho y al Niño pocholo con todos sus graciosos atributos físicos nos damos cuenta de que el cristianismo es un canto a la vida. No me extrañaría que por este motivo se representara a muchos de los ángeles como infantes juguetones.

Los opositores al cristianismo atacan a la vida con dureza: Difunden la anticoncepción y el aborto de un modo tan convulso que llega a causar extrañeza. Desean sacrificar embriones humanos con un afán que dudo que ellos mismos sepan explicar. Dicen hacerlo por aumentar la calidad de vida; sin percatarse de que la vida humana es un valor incondicional; piedra angular no democrática de cualquier democracia que pretenda ser civilizada. Estos pseudoapóstoles de la depresión crean sociedades cada vez más viejas e insostenibles demográficamente. No se trata de pueblos viejos por sus cuerpos sino por sus espíritus. Los espíritus jóvenes aportan vida; los espíritus viejos muerte. Esta es una prueba tangible de la superioridad del espíritu sobre la materia. Los materialistas dicen amar la vida pero lo que aman es, sólo, sus condiciones físicas; por esto su amor es pasajero; es decir: no es amor, sino deseo.La materia humana, dejada a sí misma, se convierte en una cárcel y termina en la ruina biológica. El cuerpo humano traspasado por el alma en gracia aspira a la gloria. Una gloria que ya empieza aquí, con un sólido motivo para el buen humor -cuando se puede- y para el buen amor, que es el único móvil digno para vivir.

La sinuosa trayectoria de la injusticia, de la maldad y del dolor, que fustiga a la vida humana diariamente puede convertirse en un canal por donde fluye un agua eterna que reconforta ya ahora. Por este motivo la Cruz de Cristo, en el misterio de su libre aceptación por el hombre, es la única que puede justificar el sentido de la existencia de la humanidad y de cada una de nuestras pasajeras vidas personales. La Cruz cristiana es la apuesta de Dios por la vida y por la fiesta; porque si no hay cruz no hay fiesta sino estupidez. Este es el motivo de que los cristianos coherentes celebren sus días más señalados participando en la eucaristía.

Dicen que una gota de rocío refleja toda la bóveda del cielo y, por esto, el cielo –reflejado- está en cada gota de rocío…¡Cuánto más en cada ser humano! Si olvidamos esto y reducimos la vida a un segmento de existencia que vale la pena mientras aporte un mínimo de confort, hemos renegado de nosotros mismos. Un hombre bueno puede no ser cristiano pero no puede rechazar a su semejante; es decir: no puede dejar de religarse, de ser religioso. Así mismo, un cristiano al que no le preocupe la suerte de sus próximos es una especie de abortista.

El cristianismo habla de fidelidad, de sacrificio, de esperanza; pero también de alegría, de amor apasionado y de juego. Dicho esto y dada mi limitación patente les agradezco su atención y, por ser cristiano, les animo a tomarse un helado o un café, a jugar con su perro o a escuchar su canción favorita cuando les sea posible.

José Ignacio Moreno Iturralde

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