Monday, July 29, 2024

Olimpiadas París: Ahora dicen que era "El festín de los dioses". Piden perdón; yo lo acepto.


Olimpiadas de París: ahora dicen que se trataba de representar "El festín de los dioses" de Van Bijlert. Si así fuera, hace falta ser ignorante para no ver la clara conexión con "La última cena de Leonardo" da Vinci. Pero al menos se excusan y la responsable de la organización pide perdón. Yo lo acepto.



        José Ignacio Moreno Iturralde 

Tuesday, July 16, 2024

Salir fuera de uno mismo es algo profundamente humano


 

Chesterton definía la infancia como cien ventanales abiertos. En esos años, el mundo aparece como todo un territorio por explorar. Las ranas, pájaros y lagartijas son auténticas motivaciones para el infante aventurero. La seguridad y el cariño de los padres son el sustrato de una vida feliz, que no está exenta de berrinches y coscorrones. Al pasar los años, pueden redescubrirse tesoros de la infancia como la confianza y la ilusión de vivir.

En el transcurso del tiempo, a lo largo de la juventud y la madurez, cada persona va tomando sus decisiones y forjando su carácter. Una de las paradojas más curiosas del ser humano es que tiene que salir de sí mismo, para realmente encontrarse; y esto ocurre a varios niveles.

Viktor Frankl en su famoso libro “El hombre en busca de sentido”, en el que cuenta su personal experiencia del campo de exterminio de Auschwitz, afirmaba que “más importante que lo que yo espero de la vida, es lo que la vida espera de mí”. Hay muchas cosas que no elegimos, pero sí podemos elegir el modo de vivirlas. Por ejemplo: un enfermo crónico que sepa llevar su enfermedad con alegría, no deja a nadie indiferente.

Respecto al conocimiento de la realidad, nos damos cuenta de la importancia de ponernos en el lugar de ella. Pongamos un ejemplo: aunque parece evidente que el sol gira alrededor de la tierra, lo que sucede es precisamente lo contrario. Una reflexión más filosófica en este sentido sería que, aunque mi existencia se me da a conocer de modo evidente a través de mi pensamiento, la verdad de mi ser es anterior a mi razón. La verdad no siempre es lo más evidente.

Desde la perspectiva de las relaciones humanas, cuando me sé querido por alguien a quien valoro, me encuentro feliz, lleno de sentido. Algún familiar o amigo me da luces distintas a la mía, para saber mejor quién soy y para qué valgo. Todo esto no es contrario a nuestra libertad y autonomía, pero ayuda enormemente a saber enfocar las coordenadas de la propia vida.

Es experiencia común que una persona ensimismada y creída resulta insoportable. Decía Chesterton que al que se enamora de sí mismo no le envidio en el cortejo. Sin embargo, cuando nos topamos con alguien generoso, que habitualmente piensa en los demás, descubrimos que es alegre y da gusto estar con ella o con él. En muchas ocasiones, estas personas suelen ser realistas, maduras y con buen humor.

La familia es una realidad nuclear en la que se combina prodigiosamente la libertad y el amor, el descanso y el esfuerzo, la igualdad y la diferencia. Fortalecer la familia supone renunciar a muchas cosas para darse a nuestros semejantes más cercanos; es algo así como el árbol que se somete a una poda. Con el paso del tiempo, las raíces se hacen profundas y el árbol está lleno de frutos.

La ancianidad no resulta en principio atractiva, pero en muchas ocasiones descubrimos en ella el encanto de una vida con un entrañable sentido. Se trata de un periodo que se abre a la dependencia y a la confianza. El cuidado a nuestros mayores es un termómetro de nuestra categoría moral. Además, nos aporta una importante enseñanza humana no exenta de sacrificios, como la mayoría de las cosas que valen la pena.

Las ideas anteriores vienen a destacar que cada ser humano tiene que darse la vuelta a sí mismo como un calcetín, con la ayuda de los demás y de Dios. Es entonces cuando está en condiciones de hacer de su vida una andadura mucho más humana.


                                                                                José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, July 10, 2024

Ana María, una mujer del Opus Dei


Ana María Iturralde Pons fue una mujer con el don de una entrañable simpatía. Con sencillez y alegría supo vivir de un modo laborioso y decidido, con un corazón grande para los demás. Por esto fue una persona muy querida.

Nació en Madrid, en 1918, penúltima de ocho hermanos. Su padre falleció a temprana edad y su madre sacó adelante a todos sus hijos e hijas, afrontando contrariedades del calibre de una guerra civil. Durante la contienda estuvieron en la capital, así como en otras ciudades: Málaga, Vilassar de Mar y Cabrils. Parece que, durante un bombardeo, varios de los hermanos decidieron salieron al jardín de la casa a tomar un chocolate con churros… Así eran los Iturralde. Más adelante, se casó, sabiéndolo perfectamente, con un tuberculoso al que le quedaban seis meses de vida, como efectivamente ocurrió. En Madrid, siendo una viuda joven, se fue a vivir con su madre y sus dos hermanas Mercedes y Dolores. Trabajó como telefonista, siendo recordada por su capacidad de hacer amistades y por su energía vital. A los cuarenta y dos años se casó con José, tuvieron un hijo, y formaron una familia profundamente feliz. No faltó el sacrificio; por ejemplo, Ana quiso cuidar en casa a su suegro, impedido y dependiente, hasta el fallecimiento de éste.

Conoció el Opus Dei a través de su hijo, que frecuentaba un centro de la Obra en Madrid. Al poco tiempo pidió la admisión como supernumeraria de la Institución fundada por San Josemaría, al servicio de la Iglesia, que promueve la santidad da las en medio del trabajo y de las ocupaciones ordinarias del cristiano. La formación y el ejemplo que recibió entonces, hizo que su vida de trato con Dios, que siempre cultivó, se robusteciera cada vez más. Posteriormente, sufrió una larga y dura enfermedad que llevó con salero y fe, rodeada de los cuidados de su marido. Recuerdo que una vez me comentó: “si al menos este maldito cáncer me hubiera dejado un buen tipo…”. Falleció en mayo de 1990, tras un ingreso hospitalario inusual: la habitación de la enferma albergaba, con frecuencia, a amigas y amigos que se reían con ella por el buen humor que tenía. Sus últimos días fueron de una gran intensidad de trato con Dios, ofreciendo sus dolores por la Iglesia, la Obra, y recibiendo los Sacramentos. El entierro fue un sábado y al lado de su tumba estaba una estatua de la Virgen del Carmen.

Ana María triunfó como persona, procurando santificar su trabajo cotidiano, su familia y sus amistades. A todos los que la conocimos nos ha dejado un surco de esperanza y una raíz de sentido positivo y valioso de la vida.

 

José Ignacio Moreno Iturralde