Tuesday, July 16, 2024

Salir fuera de uno mismo es algo profundamente humano


 

Chesterton definía la infancia como cien ventanales abiertos. En esos años, el mundo aparece como todo un territorio por explorar. Las ranas, pájaros y lagartijas son auténticas motivaciones para el infante aventurero. La seguridad y el cariño de los padres son el sustrato de una vida feliz, que no está exenta de berrinches y coscorrones. Al pasar los años, pueden redescubrirse tesoros de la infancia como la confianza y la ilusión de vivir.

En el transcurso del tiempo, a lo largo de la juventud y la madurez, cada persona va tomando sus decisiones y forjando su carácter. Una de las paradojas más curiosas del ser humano es que tiene que salir de sí mismo, para realmente encontrarse; y esto ocurre a varios niveles.

Viktor Frankl en su famoso libro “El hombre en busca de sentido”, en el que cuenta su personal experiencia del campo de exterminio de Auschwitz, afirmaba que “más importante que lo que yo espero de la vida, es lo que la vida espera de mí”. Hay muchas cosas que no elegimos, pero sí podemos elegir el modo de vivirlas. Por ejemplo: un enfermo crónico que sepa llevar su enfermedad con alegría, no deja a nadie indiferente.

Respecto al conocimiento de la realidad, nos damos cuenta de la importancia de ponernos en el lugar de ella. Pongamos un ejemplo: aunque parece evidente que el sol gira alrededor de la tierra, lo que sucede es precisamente lo contrario. Una reflexión más filosófica en este sentido sería que, aunque mi existencia se me da a conocer de modo evidente a través de mi pensamiento, la verdad de mi ser es anterior a mi razón. La verdad no siempre es lo más evidente.

Desde la perspectiva de las relaciones humanas, cuando me sé querido por alguien a quien valoro, me encuentro feliz, lleno de sentido. Algún familiar o amigo me da luces distintas a la mía, para saber mejor quién soy y para qué valgo. Todo esto no es contrario a nuestra libertad y autonomía, pero ayuda enormemente a saber enfocar las coordenadas de la propia vida.

Es experiencia común que una persona ensimismada y creída resulta insoportable. Decía Chesterton que al que se enamora de sí mismo no le envidio en el cortejo. Sin embargo, cuando nos topamos con alguien generoso, que habitualmente piensa en los demás, descubrimos que es alegre y da gusto estar con ella o con él. En muchas ocasiones, estas personas suelen ser realistas, maduras y con buen humor.

La familia es una realidad nuclear en la que se combina prodigiosamente la libertad y el amor, el descanso y el esfuerzo, la igualdad y la diferencia. Fortalecer la familia supone renunciar a muchas cosas para darse a nuestros semejantes más cercanos; es algo así como el árbol que se somete a una poda. Con el paso del tiempo, las raíces se hacen profundas y el árbol está lleno de frutos.

La ancianidad no resulta en principio atractiva, pero en muchas ocasiones descubrimos en ella el encanto de una vida con un entrañable sentido. Se trata de un periodo que se abre a la dependencia y a la confianza. El cuidado a nuestros mayores es un termómetro de nuestra categoría moral. Además, nos aporta una importante enseñanza humana no exenta de sacrificios, como la mayoría de las cosas que valen la pena.

Las ideas anteriores vienen a destacar que cada ser humano tiene que darse la vuelta a sí mismo como un calcetín, con la ayuda de los demás y de Dios. Es entonces cuando está en condiciones de hacer de su vida una andadura mucho más humana.


                                                                                José Ignacio Moreno Iturralde

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