Tuesday, June 04, 2024

Vivir con salero


“Si al menos este maldito cáncer me hubiera dejado buen tipo” es algo que me dijo un familiar muy querido, que no perdía su sentido del humor ni en situaciones difíciles.

Muchos motivadores nos convencen de la posibilidad de vivir con energía positiva, o con ilusión renovada. Todo eso está muy bien, pero a veces no es fácil. No es sencillo sufrir una depresión, un despido laboral imprevisto, o la muerte de una persona cercana a nosotros. En esas ocasiones uno tiene bastante con sobrevivir. Lo que, sin embargo, mejora notablemente el panorama del problema es encontrar algún sentido satisfactorio a lo que nos toca afrontar. Hay quien dice que en vez de preguntarnos “¿por qué me sucede esto”, es mejor plantearse “¿para qué me puede suceder?”.

Rosa Mari era una chica paralítica, de unos veinticinco años, vecina de unos primos míos. Con cierta frecuencia iba a verla. Solo podía mover la cabeza, dormía en un “pulmón de acero”, y la recuerdo siempre sonriente. Jugaba con ella al ajedrez; yo tenía que mover mis figuras y las suyas. Me encontraba bien en su casa, porque desprendía una serenidad y una paz espléndidas. De todo esto eres más consciente cuando pasa el tiempo. Jamás la escuché una queja de su situación. Lo mismo que hay unos cimientos ocultos totalmente ignorados, que sostienen un edificio, Rosa Mari era una de esas mujeres que suponen un auténtico apoyo para construir el edificio de la vida. Estoy convencido de que hay mucha gente así. El hecho de que estas personas no sean muy mediáticas no puede suponer que las olvidemos.

Para los que no tenemos problemas especialmente serios, la vida cotidiana supone también una abundante fuente de superación. Hay en el ambiente de los días muchas situaciones agradables y simpáticas. Pero también son abundantes los pequeños o no tan pequeños problemas que hay que resolver. Procurar vivirlos de un modo deportivo y alegre es, sin duda, una manera original y atractiva de actuar.

Vivir con salero requiere, entre otras virtudes, la laboriosidad: ser alguien con unas tareas y responsabilidades precisas a las que hacer frente cada día. También es importante saber emplear tiempo con las personas, especialmente los familiares y amigos, cuando lo necesitan. Estas disposiciones son complementarias con una actitud abierta a todo aquello que, de un modo ordenado, sea gozoso y festivo.

Se dice que es bueno ser sufrido, pero no sufridor. Bien, pero cada uno tiene el temperamento que tiene. Una persona gozona es alguien atractiva de entrada, pero quizás no de salida. Un disfrutón puede llegar a ser un holgazán o una persona infiel. Un sufridor puede ser un tipo estupendo. Heredamos un temperamento; lo que trabajamos con él es el carácter. Es bueno tener una actitud natural hacia la felicidad y el gozo, pero debe estar presidida por unos fines serios, que merezcan la pena, y no por un planteamiento frívolo o superficial.

Uno debe intentar aceptarse como es, no por un conformismo tristón, sino por ser consciente de la providencia que rodea la propia vida. Además, algunos desarrollan la capacidad de reírse un poco de sí mismos; algo bastante conveniente para vivir con más salero.


José Ignacio Moreno Iturralde


 

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