Friday, April 02, 2021

La bondad de un padre

En medio de sus iniciativas, en una ráfaga de alegría, él conoció a la que sería su mujer. Poco a poco entendió que el nombre de su camino de esposo era el de ella.

El colosal espectáculo de la realidad, tan frecuentemente poco valorado, lleva en su día a día la lejía de lavandero que blanquea el alma del padre: madrugones, burocracias, trabajar en algo que no acaba de llenar, humillaciones regularmente llevadas, y toda una serie de zarandajas que son como las piedras de molino de las que sale el aceite sabroso que condimenta la vida.

Noches de hospital en la enfermedad de un pequeño, noches de Reyes Magos en la pletórica salud de todos los hijos, derrotas del equipo de fútbol nativo, vacaciones plácidas en el pueblo veraniego, sonrisas notorias y lágrimas internas, son la climatología que va modelando el corazón del padre.

Hoy la rebeldía de un hijo adolescente, mañana la matrícula de honor de la empollona de la casa, a veces no saber encontrar el modo de hacer más feliz a la esposa, inoportunamente la visita de algún cuñado, y sobre todo la aceptación de las propias limitaciones personales… Todo esto son aprendizajes de una universidad doméstica de paciencia, serenidad, dolor y satisfacción.

Quizás lo genuino de un padre es el saber “estar ahí”, como las montañas o el mar. Estar a veces tan ignorado como el aire que se respira, o como los ojos que ven. El padre es el hombre sencillo y simpático que aporta seguridad a los suyos, no con una cansina tarea obligada, sino con la fascinación que le produce ver crecer a sus hijos. Es la visión del que sabe querer y ha hecho de su familia su principio de operaciones, cortando con decisión algunas aspiraciones individuales que pasaron a estar de más.

Es esa fidelidad enteriza, en medio de las fragilidades y aciertos, la que da autoridad y prestigio a la vocación de ser padre. Ese no estar en lo propio, para encontrarse a sí mismo, viviendo el amor conyugal y dando el patrimonio del buen ejemplo. Esto produce, además, una aptitud para disfrutar de las cosas buenas de la existencia.

Para ser padre, física y espiritualmente, hay que ser muy hombre; es decir: virtuoso. La escuela de la paternidad hay que aprenderla desde muy niños. Consiste en buscar diariamente, en cosas concretas, la verdad de la propia vida: una verdad que dará fruto. Y aunque los vendavales del mundo rompieran parcialmente el árbol de la paternidad, la sabia de sus raíces brotaría novedosa de alguna manera; porque la paternidad es más profunda que los hechos de la realidad. La paternidad, tan humana, tiene algo de eterno y divino: construir la casa donde los hijos son felices.


José Ignacio Moreno Iturralde

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