Monday, January 07, 2019

Voluntarismo



La fuerza de voluntad es un poderoso motor, muy valorado en la sociedad actual. Tenemos que hacer muchas cosas, y hacerlas bien, por diversos motivos: ganar dinero, realizarnos y, por supuesto, ayudar a los demás. Queremos ser artífices de nosotros mismos porque, según se piensa, esta es nuestra grandeza. Sin embargo, junto a estas exigencias que la vida o nosotros mismos nos imponemos, surge con frecuencia un factor del que se habla poco porque tiene mala prensa: la experiencia de los propios límites, los imprevistos pequeños y grandes, el agotamiento y el desencanto.

Paradójicamente, me parece que algunas posturas apáticas y perezosas tienen algo en común con las vitalmente activistas: están centradas en el propio yo, un centro de gravedad que termina por caer ante su propio peso. Por otra parte, cuando el voluntarismo y la autonomía presiden nuestra conducta, la afectividad va de un lado a otro, a golpe de nuestros caprichos o decepciones, sin tener un camino seguro.

Cuando utilizamos más la inteligencia vemos la realidad de un modo más sensato y objetivo, más al margen de nuestros propios intereses. Comprendemos mejor las necesidades de los demás, y nuestro propio papel en el mundo se simplifica y clarifica. Empezamos a ir algo más “sobrados por la vida”; y esto es bueno, elegante. Si, además, tenemos la fe cristiana y contamos   con la gracia de Dios, con su ayuda, nuestra vida tiene más luz y alegría en cosas bastante sencillas, pero llenas de contenido.

Claro que hay que esforzarse y poner en juego la libertad  y la iniciativa personal, pero otra cosa distinta es cometer el error de ceder el volante a una facultad -la voluntad-, que necesita ser guiada y cuidada para llegar a buen puerto.



José Ignacio Moreno Iturralde

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