“El P. Kolbe está en la lista negra de la Policía
Secreta. ¿Por qué? El Padre Kolbe es el superior de Niepokalanow, cuyas
actividades marianas tienen tanta influencia en toda Polonia. Los nazis quieren
destruir esa influencia y a la vez quieren vengarse de que de esos talleres
salía "El Pequeño Diario" cuya predica patriota y católica tanto los
había enfurecido. Pero más aún, el P. Kolbe por su sacerdocio, cultura y
posición era dirigente notable. En el programa de ocupación estaba previsto el
exterminio de los intelectuales y dirigentes. Además, en Niepokalanow se
brindaba asilo a los judíos. A los ojos antisemitas de los nazis, eso era un
delito que merecía el castigo de los campos de concentración.
El P. Maximiliano presentía que vendrían para
apresarlo, pero seguía firme en compromisos. Estaba convencido de que su vida
estaba en manos de Dios y que la Inmaculada velaba por todos. Seguía trabajando
por la difusión de sus ideales marianos. Deseaba reeditar "El Caballero de
la Inmaculada" para llevar autentica esperanza y paz a ciento de miles de
hogares en tiempo de tanto dolor y confusión. Finalmente, en diciembre del
1940, luego de infinitas gestiones con los ocupantes invasores, pudo editar el
ultimo número, en el cual brillaba la belleza del amor mariano.
Un día de febrero del 1941 por la mañana dos autos
negros de la Gestapo se paran ante Niepokalanow. Los policías piden hablar con
el P. Kolbe, quien al saber su llegada contesta con temblor al hermano portero:
"¡Bien, bien, hijo mío!¡María!". Reúnen a todos los frailes en el
patio, mientras tanto ellos inspeccionan bruscamente todo el convento. Hacia
mediodía, el Padre Maximiliano y otros cinco padres son obligados a
introducirse en los autos. Parten para un viaje sin retorno. El P. Maximiliano
inicia su vía crucis sereno y tranquilo, como siempre. Dejó su querida
Niepokalanow, su predilecta ciudad mariana, para no volver más.
Para todo polaco, el "Pawiak" es el
nombre de la terrible cárcel de Varsovia, que "hace helar la sangre".
Ahí ingreso el 17 de febrero de 1941 el P. Maximiliano Kolbe.
El campo de concentración de Auschwitz es llamado
por los polacos: "campo de la muerte", porque en sus campos, bloques
y sótanos, han perecido miserable y trágicamente, más de cinco millones de
personas. Levantado sobre los escombros de unos cuarteles y granjas, esta
situado en la Polonia meridional, en una zona pantanosa, insalubre, para que no
hubiese testigos indiscretos de esa fábrica de muerte. Rodeado por altas
alambradas electrizadas y de torres de control. Allí toda crueldad e infamia,
toda bestialidad y aberración, toda atrocidad y todos los horrores se habían
dado cita para transformarlo en un verdadero infierno. Continuas muertes por
enfermedades y por inanición, frío, fatigas agotadoras, escorbuto, disentería,
traumas e infecciones. El pelotón de fusilamiento acribillaba a docenas a la
vez contra un paredón forrado de caucho, para atenuar el ruido del disparo. En
la plaza de armas cinco personas subían a la banqueta. El verdugo les colocaba
el lazo al cuello. Con una patada a la banqueta quedaban las víctimas
suspendidas. Auschwitz se había hecho famoso por la instalación de la primera
cámara de gas. Lo que más se temía no eran las balas, ni las horcas, ni las
cámaras de gas, sino los sótanos de la muerte, o "Bunker", de la
lenta agonía, del martirio enloquecedor del hambre y de la sed.
En Auschwitz murieron millones de católicos y
también, como es sabido, millones de judíos. El objetivo más profundo de Hitler
en sus masacres es poco conocido. El hecho es que el odiaba la revelación
divina confiada a Israel y también a Jesucristo, particularmente a la Iglesia
Católica.
Entra en Auschwitz el P. Maximiliano la tarde del
28 de mayo de 1941 con un transporte de otros 320 presos. Sobre el portón de
entrada había un letrero en alemán: "El trabajo libera". Era una
mentira más. En realidad, al entrar los prisioneros, se les decía que los
judíos tenían el derecho de vivir dos semanas y los sacerdotes católicos un
mes.
Apenas llegan agotados, se pasa lista. Cada preso
ha de pasar debajo de una doble fila de sayones, los que armados de látigos y
bastones, se divierten sádicamente, golpeándolos o haciéndoles zancadillas, que
obligan los presos a saltos, manotazos, morisquetas y terribles crispaciones.
Todo esto provocaba en los verdugos burlas y risotadas.
Maximilano siempre iba al final de la línea de la
enfermería a pesar de la severa tuberculosis que padecía.
La mañana del 29 de mayo despertó a los 320 con un
deshumanizante programa. Desnudados, fueron sometidos a una ducha colectiva de
violentos chorros de agua fría. Después golpeados y escarnecidos obscenamente
por sus desnudeces, fueron revestidos de raídas casacas, muchas de ellas aun
manchadas de sangre. Cada casaca lleva un número. Desde ahora en adelante, cada
preso no será más que un número. El del Padre Maximiliano María Kolbe era el
16670.
Más tarde, todo el grupo salió a la plaza de armas,
para la asignación a las brigadas de trabajo o bloques. El P. Kolbe en seguida
fue ocupado como peón en el acarreo de cantos rodados y arena para la
construcción de un muro alrededor del horno crematorio. El P. Kolbe consolaba a
sus compañeros y decía " todo lo que sufrimos, es por la Inmaculada".
Un día, después de una tremenda paliza dada por el
cabo que estaba a cargo, y que lo había dejado mas muerto que vivo, el P. Kolbe
fue internado en el hospital, atacado de neumonía, con fiebre altísima y con el
rostro estriado de moretones. "Con su conducta ante el sufrimiento, asombraba
a médicos y enfermeros. Soportaba el dolor virilmente y con completa
resignación a la voluntad de Dios, solía repetir: "Por Jesús soy capaz de
padecer aun mas. La Inmaculada esta conmigo y me ayuda".
El bloque 14 había salido para la cosecha de unas
parcelas de trigo. Aprovechando algún descuido de los guardias, un preso se
fugó. Por la tarde, al pasar lista, se descubrió el hecho. El terror congeló
los corazones de aquellos hombres. Todos sabían la terrible amenaza del jefe:
"Por cada evadido, 10 de sus compañeros de trabajo, escogidos al azar,
serian condenados a morir de hambre en el bunker o sótano de la muerte.
A todos aterrorizaba el lento martirio del cuerpo,
la tortura del hambre, la agonía de la sed. Al día siguiente, los otros bloques
siguen sus faenas diarias. Los del bloque 14 han de quedar en posición de
atención en la explanada bajo el sol calcinante de verano, sin comer ni beber.
Tres horas pasan como la eternidad. El P. Maximiliano, el de los pulmones
agujereados por la tisis, el que acaba de salir del hospital, siempre débil y
enfermizo, resiste de pie, no desmaya ni cae. El solía repetir: "En la
Inmaculada todo lo puedo". A las 21 horas se distribuyó la comida. Pero no
para el bloque 14. Estos pobres observaron cómo sus raciones eran tiradas de
las ollas al desagüe. Al romper filas todos van a catres sabiendo que al día siguiente
diez de entre ellos serían escogidos para el bunker de la muerte. Ya había
ocurrido en dos ocasiones.
Al día siguiente, a las 18 horas, Fritsch, el
comandante del campo, se planta de brazos cruzados ante sus víctimas. Un
silencio de tumba sobre la inmensa explanada, atestada de presos sucios y
macilentos. "El fugitivo no ha sido hallado... Diez de ustedes serán
condenados al bunker de la muerte... La próxima vez serán veinte".
Con total desprecio a la vida humana, los
condenados son escogidos al azar. ¡Este!... ¡Aquel!... grita el comandante. El
ayudante Palitsch marca los números de los condenados en su agenda.
Aterrorizado, cada condenado sale de las filas, sabiendo que es el final.
¡Adiós, adiós, mi pobre esposa!... ¡Adiós, mis
hijitos, hijitos huérfanos! dice sollozando el sargento Francisco Gajownieczek.
Las palabras del sargento sin duda tocan el corazón
de muchos presos, pero en el corazón del padre Kolbe hacen más. Mientras los
diez condenados responden al grito: "¡Quítense los zapatos!", porque
deben ir descalzos al lugar del suplicio; de improviso ocurre lo que nadie
podía imaginarse.
He aquí los testimonios de los que estaban
presente:
"Después de la selección de los diez presos
atestigua el Dr. Niceto F. Wlodarski, el P. Maximiliano salió de las filas y
quitándose la gorra, se puso en actitud de ¡firme! ante el comandante. Este
sorprendido, dirigiéndose al Padre, dijo: "Que quiere este cerdo polaco?".
"El P. Maximiliano, apuntando la mano hacia F. Gajownieczek, ya
seleccionado para la muerte, contesto: "Soy sacerdote católico polaco; soy
anciano; quiero tomar su lugar, porque él tiene esposa e hijos...".
"El comandante maravillado, pareció no hallar
fuerza de hablar. Después de un momento, con un gesto de la mano, pronunciando
la palabra ¡Raus! ¡Fuera!..., ordeno a Gajowniczek que regresara a su fila. De
este modo, el P. Maximiliano María Kolbe tomo el lugar del condenado".
"Parece increíble que el comandante Frisch
haya borrado de la lista al sargento, y haya aceptado el ofrecimiento del
P.Kolbe, y que mas bien no haya condenado a los dos al bunker de la muerte. Con
un monstruo como ese, todo era posible"
"Los diez pasaron ante nuestras filas",
declara Fray Ladislao Swies, palotino, "y entonces observe que el Padre
Kolbe seguía por último, y sostenía a tientas a otro de los condenados, más
débil que él, que no era capaz de caminar con sus propias fuerzas".
A la Virgen dirige su oración: "Reina mía,
Señora mía, has mantenido tu palabra. ¡Es para esto que yo he nacido!".
"El sacrificio del P. Kolbe, mientras provocó
la consternación entre las autoridades del campo, provocó la admiración y el
respeto de los presos", (Sobolewski). "En el campo casi no se notaban
manifestaciones de amor al prójimo. Un preso rehusaba a otro un mendrugo de
pan. En cambio, él había dado su vida por un desconocido" (Dr. Stemler).
El sol se estaba hundiendo en el horizonte detrás
de las tétricas alambradas. El cielo estaba tomando los colores rojos de los
mártires. "Fue una magnifica puesta del sol, una puesta nunca vista",
relatan los pocos supervivientes de esa tarde de fines de julio de 1941. Entre
el odio brilló más fuerte el amor que la Virgen nos concede. "No hay amor
más grande que dar la vida por un amigo" (San Jn 15:13). Los diez
condenados al hambre y la sed bajan al sótano de la muerte del que solo salen
cadáveres directamente al crematorio. Bruno Borgowiec, un polaco encargado de
retirar los cadáveres, dio su testimonio: "Después de haber ordenado a los
pobres presos que se desnudaran completamente, los empujaron en una celda. En
otras celdas vecinas ya se hallaban otros veinte de anteriores procesos.
Cerrando la puerta, los guardias sarcásticamente decían: "Ahí se van a
secar como cascaras". Desde ese día los infelices no tuvieron ni alimentos
ni bebidas". "Diariamente, los guardias inspeccionaban y ordenaban
retirar los cadáveres de las celdas. Durante estas visitas estuve siempre presente,
porque debía escribir los nombres-números de los muertos, o traducir del polaco
al alemán las conversaciones y los pedidos de los presos. "Desde las
celdas donde estaban los infelices, se oían diariamente las oraciones recitadas
en voz alta, el rosario y los cantos religiosos, a los que se asociaban los
presos de las otras celdas. En los momentos de ausencia de los guardias yo
bajaba al sótano para conversas y consolar a los compañeros. Loas fervorosas
oraciones y cantos a la Virgen se difundían por todo el sótano. Me parecía
estar en una iglesia. Comenzaba el P. Maximiliano y todos los otros respondían.
A veces estaban tan sumergidos en las oraciones, que no se daban cuenta de la
llegada de los guardias para la acostumbrada visita. Sólo a los gritos de
estos, las voces se apagaban. "Al abrir las celdas, los pobres infelices,
llorando a lágrima viva, imploraban un trozo de pan y agua, pero les era
negado. Si alguno de entre los más fuertes se acercaba a la puerta, en seguida
recibía de los guardias patadas al vientre, tanto que cayendo atrás sobre el
cemento, moría en el acto o era fusilado. "Del martirio que han debido
padecer los pobres condenados a una muerte tan atroz, da testimonio el hecho de
que los cubos estaban siempre vacíos y secos. De lo cual hay que concluir que
los desgraciados, a causa de la sed, tomaban la propia orina". "El P.
Maximiliano se comportaba heroicamente. Nada pedía y de nada se quejaba. Daba
animo a los demás. Persuadía a los presos a esperar que el fugitivo sería
hallado y ellos serían liberados. "Por su debilidad recitaba las oraciones
en voz baja. Durante toda visita, cuando ya casi todos estaban echados sobre el
pavimento, se veía al P. Maximiliano de pie o de rodillas en el centro, mirando
con ojos serenos a los llegados. Los guardias conocían su sacrificio, sabían
también que todos los que estaban con el morían inocentemente. Por esto,
manifestando respeto por el P. Kolbe, decían entre sí: "Este sacerdote es
todo un caballero. ¡Hasta ahora no hemos visto nada semejante!". Así
pasaron dos semanas, mientras tanto los presos morían uno tras otro. Al término
de la tercera semana, solo quedaban cuatro, el P. Kolbe entre ellos. A las
autoridades pareció que las cosas se alargaban demasiado. La celda era
necesaria para otras víctimas. "Por esto, un día, el 14 de agosto,
condujeron al director de la sala de enfermos, el criminal Boch, el cual
propino a cada uno una inyección endovenosa de ácido fénico. El P. Kolbe, con
la plegaria en los labios, el mismo ofreció el brazo al verdugo. "Partidos
los guardias con el verdugo, volví a la celda donde encontré al P. Kolbe
sentado", narra Borgowiec, "recostado en la pared, con los ojos
abiertos y concentrados en un punto y la cabeza reclinada hacia la izquierda
(era su posición habitual). Su cuerpo limpio y luminoso. Su rostro lucia sereno
y bello, radiante, mientras los demás muertos estaban tendidos sobre el
pavimento, sucios y con los signos de la agonía en el rostro. "En el campo
por meses se recordó el heroico acto del sacerdote. Durante cada ejecución se
recordaba el nombre de Maximiliano Kolbe."La impresión del hecho se me
grabó eternamente en la memoria". La Inmaculada se lo llevó la víspera de
su gran fiesta: La Asunción. Moría un santo sacerdote en Auschwitz, mártir por
Dios, de la Virgen y por un padre de familia. El padre Kolbe venció al mal con
el poder del amor. Murió tranquilo, rezando hasta el último momento. Según el
certificado de defunción del campo, P. Maximiliano María Kolbe falleció a las
12:50 del 14 de agosto de 1941. Tenia 47 años."[1]
1 comment:
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