Desde hace décadas, vivimos en
una sociedad donde el aborto voluntario es una práctica arraigada. Se trata de
una dolorosa realidad, que cuenta con un marco legal y el respaldo de parte de
la opinión pública. Sin embargo, los que defendemos decididamente la dignidad
de toda vida humana, también la del concebido y no nacido, hemos de fijarnos
más en la celebración diaria de la vida, que en la denuncia de la cultura del
“mejor no nazcas porque me viene mal”; cosa que también conviene hacer.
La afirmación de la vida nace del
amor a ella, con sus luces y sombras, con sus alegrías y sus penas. Sonreirle a
la propia vida, también en los momentos duros y no deseados, es un modo eficaz
y animante de difundir el respeto por todo ser humano. Encontrar un sentido
profundo a la existencia, donde nace la alegría de vivir, es un gozoso desafío en
el que nos jugamos la felicidad propia y la de muchas otras personas.
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