Wednesday, November 09, 2005

El pulso del domingo

La liturgia de la Iglesia es la acción sacerdotal de Jesucristo, hoy y ahora, a través de los sacramentos. El ciclo litúrgico del año es un círculo cuyo centro es el Domingo de Resurrección; por esto la Iglesia Católica nos manda comulgar al menos una vez al año, por Pascua. Por otra parte, el ciclo litúrgico semanal gira en torno al domingo; día en el que nuestra Madre la Iglesia nos pide acudir a Misa.

En la Santa Misa se renueva el Sacrificio de Cristo en el Calvario con toda su fuerza redentora. Este misterio inefable de Amor de Dios a los hombres se orienta a la Resurrección de Cristo. Se trata de un hecho real, histórico, testimoniado los Apóstoles y muchos otros discípulos en diversas ocasiones antes de la Ascensión del Señor a los cielos.

La Iglesia nos enseña que Jesús está en la Eucaristía con su cuerpo, sangre, alma y divinidad; verdadera, real y sustancialmente presente, escondido en las especies del pan y del vino. Y está con su cuerpo resucitado y glorioso.

El cristiano que busca fervorosamente la santidad personal no se conforma con ir a Misa los domingos; sino que, de acuerdo con su generosidad y sus posibilidades, procura asistir incluso diariamente al Sacrificio del Altar. De este modo busca la identificación con el Señor. Comulgando con el cuerpo y la sangre de Dios –el Hijo de María-, para lo que es necesario estar en gracia, los cristianos buscamos una unidad de intenciones y de espíritu con Jesús. De este modo se constituye el misterio del cuerpo místico de Cristo del que los cristianos formamos parte. En el altar ponemos todo nuestro afán de querer ardientemente a Dios, con obras y de verdad. También pedimos perdón por nuestros pecados, debilidades y mezquindades –si hubiera pecados mortales habríamos de acudir a la confesión sacramental-. Todo esto con la confianza de sabernos –porque Él nos quiere así- hijos queridísimos de Dios y de Santa María, su Madre Virginal y Madre Nuestra. Junto a la Eucaristía depositamos nuestras esperanzas, nuestras inquietudes, nuestras ilusiones y dolores. Con Cristo queremos vivirlas porque Cristo es quien quiere vivirlas con nosotros: por eso se ha quedado en el pan y el vino consagrados; Él es el Dios-con-nosotros.

Santificar las fiestas es principalmente revivir el Misterio inabarcable de la muerte y Resurrección de Cristo y pasar nuestra vida por la acción redentora del Dios. El pulso del domingo es el pulso del Corazón de Cristo vivo resucitado. La fiesta del domingo da así pleno sentido a la labor cotidiana del resto de los días de la semana, hermosea la luz del mundo cada mañana y anima entrañablemente en los momentos gratos y en los duros, sabiendo que el propio Dios hecho hombre pasó por situaciones parecidas; lo que nos asegura la certeza de su infinita comprensión. Son palabras desde la fe, y para tener fe son precisas pocas palabras, pero dichas desde el fondo de un corazón humilde: “Señor, auméntanos la fe”. Una fe que a través del sentido del domingo cristiano nos recuerda la verdad nuclear cristiana: Cristo –Segunda Persona de la Santísima Trinidad- ha resucitado verdaderamente. Benedicto XVI, el pasado mes de agosto en la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, nos ha recordado la necesidad de vivir el domingo cristiano. Estas palabras pretenden ser una muy modesta contribución al querer del Santo Padre.


José Ignacio Moreno Iturralde




2 comments:

Autor del blog said...

¿Y cómo se lo explicaríamos a alguien no habituado a nuestro complejo lenguaje?

¿A alguien que a pesar de no estar formado en nuestra fe podría llegar a interesarse?

Me preocupa lo que hemos alejado nuestra práctica y lenguaje del día a día cotidiano.

Jose Ignacio Moreno said...

Gracias por su comentario. Procuraré tenerlo en cuenta.