Saturday, November 02, 2024

Flores a una madre difunta


Visitar las tumbas de nuestros familiares difuntos es una costumbre cristiana; especialmente vivida los días uno y dos de noviembre. Estos días en que la liturgia les recuerda especialmente, nos mueven a muchos a hacer una visita al cementerio. Si podemos les llevamos también flores, especialmente si vamos a donde está enterrada nuestra madre, como muestra de nuestro cariño. En esos momentos, que pueden estar llenos de paz, nos damos cuenta de que acudimos a las raíces de nuestra propia vida. 

El compromiso matrimonial puede parecer, especialmente en nuestros días, algo frágil e inseguro. Pero cuando se deja a Dios estar presente en la vida de una familia, las relaciones conyugales, paternales, filiales y fraternales, se convierten en auténticos cimientos de nuestra personalidad. El recuerdo de nuestros padres da una gran solidez a nuestra identidad. No deja de ser paradójico que algo que puede parecer tan frágil como un compromiso de amor, sea una de las cosas que más fuerza dan a nuestra vida.

Pienso que con la muerte pasa algo análogo: se trata de una situación de total dependencia, apuro y debilidad; pero a través de ella, la fe cristiana nos asegura que podemos entrar en una vida mucho más feliz, segura y verdadera: la vida eterna. Por todo esto, pienso que llevar flores a una madre es uno de los actos más humanos que podemos hacer en esta vida.


José Ignacio Moreno Iturralde