Me parece haber comprendido una
de las causas del número de abortos voluntarios que, en España, se llevan a
cabo anualmente
-uno por cada cuatro nacimientos-: la falta de amor. El amor
bueno es el que lleva a ser mejor, con un corazón que ama la vida de la persona
querida y la propia, y por eso da de lo que tiene: amor a la vida. Cuando no se
entiende este planteamiento, la nueva vida se hace un peso gravoso,
insoportable, y es eliminada ya que la actual legalidad lo permite. Pienso que
entiendo algo acerca de los problemas que conlleva hacerse cargo de un hijo no
esperado, pero también entiendo claramente que la eliminación de cientos de
miles de niños nonatos es, con atenuantes, un atentado contra el primero de los
derechos humanos: el derecho a vivir. Cada aborto es matar una sonrisa. Por
este motivo, me ha avergonzado ser español desde hace unos años. Pero me he
dado cuenta de que ese no es el camino. No se puede cambiar a las personas sino
se las quiere. España sigue repleta de buenas gentes, con ganas de vivir y de
ayudar a otros. Además, el propio país nos ha dado muchas cosas y es de bien
nacidos ser agradecidos. Hay que querer a España para que vuelva a ser una
nación donde todos los niños nazcan a la fantástica aventura de la existencia.
Quizás un buen modo sea aceptar nuestra propia vida, con sus alegrías e inconvenientes,
y dar ejemplo de que la vida, toda vida humana, merece la pena.
José Ignacio Moreno Iturralde
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