Saturday, May 03, 2008

Decenario al Espíritu Santo: Un librazo

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La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu Santo habite siempre en nosotros.

Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa que a su Dios.Cuando el alma está habitualmente en este reposo y quietud y sin otro deseo de saber, si no es cuál sea la voluntad de Dios para al punto cumplirla, entonces el alma goza de una paz inalterable, y cuando esta paz tiene el alma, viene a ella el Espíritu Santo y hace allí como su morada, y dispone y gobierna y manda como aquel que está en su propia casa.Él manda y ordena, y al punto es obedecido.

Mas cuando nos inquietamos y turbamos y con la inquietud perdemos la paz del alma, este Santo y Divino Espíritu se contrista grandemente; no porque a Él le venga algún mal, sino porque nos viene a nosotros. El Espíritu Santo no habita en el alma donde la paz no esté como de asiento; perdida la paz, no puede el Espíritu Santo habitar en nosotros, porque a la santidad de Dios la es como un imposible habitar donde no hay paz.

El alma sin paz está como inhabitada para oír la voz de Dios y seguir su llamamiento divino.Por esto el Espíritu Santo no habita donde no hay paz, porque este Divino Espíritu, que siempre está es aptitud de obrar, al ver al alma sin aptitud para ello, se retira, y contristado, calla.El Espíritu Santo quiere habitar en nuestra alma, con el único fin de dirigirnos, enseñarnos, corregirnos y ayudarnos, para que nosotros, con su dirección, enseñanza, corrección y ayuda, logremos hacer todas nuestras obras a la mayor honra y gloria de Dios.

Y sin este Divino Espíritu, ¿cómo vamos nosotros solos a saber dar gusto y contento a Dios, si el que comunica este gusto y contento de Dios es el Espíritu Santo, por ser Él la acción de Dios en el alma?Y por esto bien Le podemos llamar al Espíritu Santo, con toda verdad, el Dios familiar a nosotros; pues si la paz no puede habitar en nosotros, resolvámonos este día a que todo se pierda antes que perder la paz de nuestra alma, sumamente necesaria para lograr la habitual asistencia del Espíritu Santo, y con ella es seguro que poseeremos a Dios por amor en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Amén.

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