Tuesday, January 01, 2008

Cuento de Navidad


¿Qué le regalo?

-Hace una tarde fría; qué poco me apetece salir, pero él me espera. Entre estas cavilaciones Arturo se ponía el abrigo para atravesar el parque y llegar a la Residencia donde estaba el tío Antonio. Al llegar saludó al portero y subió, como siempre, a la sexta planta. Al abrir el ascensor se oían las divertidas quejas de Doña Candela, una genuina abuela aragonesa de noventa y ocho años. Desde otra esquina se escuchaba la algarabía de Doña Concha, que preguntaba cuándo salía el avión para Nueva York. Por fin la mirada de Arturo se posó sobre su tío Antonio.
-¿Tío Antonio, majo, cómo estás?
-¡Hombre, Arturito, qué alegría! ¿Me sacas a dar una vuelta?
-Hace un poco de frío, objetó Arturo.-Pues me abrigas, contestó resuelto Don Antonio. Dicho y hecho: Don Antonio fue embutido en un jersey polar, recubierto por un anorak que sería el sueño de un esquimal.
-Apoyapies para la sillita de ruedas, bufanda, guantes,...¡Ah; y la gorra de chulapo! Una vez en la calle los árboles estaban embrujados con bombillas de colores y las luces de la ciudad encandilaban una tarde-noche desapacible. Tras unos minutos de reflexión Arturo preguntó:-Tío Antonio...¿Qué quieres de regalo en esta Navidad? ¿Te hace falta algo?
-No; repuso secamente Antonio.
-¿Qué te parecería una sorpresa?,contraatacó el sobrino.
-Muy bien. Esta oferta no desagradó al tío.

Terminado el paseo Arturo regresó a su casa con el buen sabor de la misión cumplida. Diez días después Arturo se estrujó la cabeza pensando en cuál podía ser el regalo para su tío. Consultó a familiares pero la idea no llegaba. Puso la tele. Había una película: “Alcapone”, años veinte.-¡Ya está; ya lo tengo! Un buen sombrero; ese va a ser el regalo.

Pasada la fiesta de Navidad y el Año Nuevo llegó el día de Reyes. En la Residencia, los abuelos sacaban fuerzas de flaqueza y degustaban satisfechos el roscón. Arturo despertó a su tío que dormitaba.
-¡Mira lo que te traigo, tío Antonio, desenvuélvelo! Arturo iba a triunfar: se había dado cuenta de que sólo con una sorpresa se podía entender la Navidad.
-Tío Antonio no estaba para muchas desenvolturas ni demasiado espabilado. Procedió lentamente a abrir el obsequió. Por fin lo consiguió y se puso el sombrero. Le estaba perfectamente. Una sonrisa navideña iluminó, como una estrella, el rostro del anciano al tiempo que miraba agradecido a su sobrino.


José Ignacio Moreno

Dibulo: Elena Cerón

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