Saturday, November 17, 2007

La verdad no siempre es evidencia

Nos parece evidente que el sol gira alrededor de la tierra; sin embargo resulta que es al revés. En este punto, ponerse en el lugar de la realidad costó milenios de investigaciones. No se trata ahora de fomentar una malsana duda respecto a todas nuestras percepciones, pero sí hemos de saber que nuestro conocimiento no funda la verdad de las cosas. Estar muy seguro de algo no significa que necesariamente sea cierto: nos podemos equivocar. Tenemos que contrastar con la realidad.

Cuando Descartes funda su filosofía en el “pienso luego existo” quiere hacer una sistema racional que comience en la primera evidencia: la existencia de mi yo me es revelada gracias a mi pensamiento. Pero, además de la certera crítica que le hace Husserl al establecer que gracias a que pienso algo soy capaz de pensar en mí mismo, tenemos que reconocer con sencillez y certeza que la verdad es que gracias a que existo soy capaz de pensar.

Este dar la vuelta a las cosas resulta muy saludable a varios niveles. Por ejemplo, cuando Víctor Frankl -en su tremenda experiencia de Auschwitz, relatada en su libro “El hombre en busca de sentido”- llega a la conclusión que es más importante lo que la vida espera de nosotros que lo que nosotros esperamos de la vida.

Salir de nosotros mismos para poder entender mejor la realidad y entendernos no sólo es cuestión de generosidad sino también de inteligencia. En este sentido Joseph Pieper, en su obra “Las virtudes fundamentales”, al hablar de la prudencia destaca la importancia de ser realistas.

Este darse la vuelta es de especial interés en el ámbito de la familia. Es muy posible que un padre feliz es aquél que se dedica a hacer felices a su esposa y a sus hijos, intentando olvidarse de que él existe: la historia da la razón a este exigente planteamiento. Se trata de una historia antigua. Chesterton la fundamenta así en un artículo suyo titulado “La familia como institución en el mundo moderno”: “El cristianismo, por enorme que fuera la revolución que supuso, no alteró esta cosa sagrada, tan antigua y salvaje; no hizo nada más que darle la vuelta. No negó la trinidad de padre, madre y niño. Sencillamente la leyó al revés, haciéndola niño, madre y padre. Y ésta ya no se llama familia, sino Sagrada Familia, pues muchas cosas se hacen santas sólo con darles la vuelta”.

Toda esta escuela tiene una aplicación de un gran interés a la hora de entender la vocación cristiana. “Vocare” en latín significa llamar; no elegir. La misión humana y sobrenatural de una persona es ante todo una llamada de Dios que, teniendo en cuenta cómo somos, nos sugiere un planteamiento de vida que puede atraernos mucho, poco o nada; aunque no nos dejará indiferentes. Esta traslación de la cuestión a la correspondencia a la gracia divina parece de extraordinario interés a la hora de plantear adecuadamente la cuestión vocacional: ya sea irse a África de misionero o querer a nuestro cónyuge cuando el afecto parece debilitarse.

En definitiva, no se trata de ser muy auténticos o autocoherentes con nosotros mismos, sino de ser muy verdaderos respecto a la vida que nos toca vivir.



José Ignacio Moreno Iturralde

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