Anclarse en la eternidad

Cruzando un parque con cierta prisa observé como un patinador avanzaba mucho más rápido que yo y con menos esfuerzo hasta perderse en la lejanía. Reflexioné, con no mucha originalidad, en el gran avance que supuso en su día el invento de la rueda. Consideré con mentalidad juvenil, tal vez infantil, qué nuevo invento podría superar a la rueda como ella lo hizo respecto a rudos y prehistóricos sistemas de transporte. Tras algún esbozo de especulación, dada mi nula capacidad para la visión espacial, salté hacia un plano más metafísico. Recordé lo que decía Lewis: “el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad”. Si uno tiene fe y hábito de hacer oración mental sabrá qué esos son momentos privilegiados para buscar la Voluntad de Dios: Ahí está misteriosamente nuestro mejor futuro; lo que en verdad puede hacer que seamos más dichosos haciendo felices a los demás. De alguna manera, al ponernos en la presencia de Dios, ganamos muchísimo tiempo: recuperamos nuestra identidad y de algún modo vislumbramos la meta. Con frecuencia la vida nos cambia de planes, no llegamos a proyectos que querríamos hacer, nos agobiamos con múltiples cosas, probablemente buenas y, tal vez, olvidamos con frecuencia lo más importante: la grandiosa dotación de sentido que nos da la mirada de Dios.

Ejercitarse en la presencia de Dios, una y otra vez, es un fantástico deporte que nos permite deslizarnos sobre ruedas en la vida. Todos nuestros logros creativos se encaminan a una plenitud de felicidad que puedo contemplar ahora mismo; aunque de modo imperfecto. Saberse mirado por Dios, utilizando eficaces recordatorios de lo más variados, supone quitarse el fardo de tantas cosas innecesarias a las que damos cabida en nuestra mente y en nuestro corazón. Conectar con la eternidad, no perder esa divina cobertura, es un fantástico modo de ser libre y feliz.

José Ignacio Moreno Iturralde