Thursday, August 11, 2022

Redescubrir lo maravilloso.


No hay árboles cuyos frutos sean cachorros de sabueso o de perro labrador. Esta aguda reflexión no está hoy de más, para hablar de la naturaleza de los seres. Actualmente el término naturaleza les suena a muchos como algo rancio, antiguo, intolerante. Sin embargo, las vacas siguen mugiendo plácidamente y los burros continúan rebuznando con fruición. Por otra parte, los enemigos de las naturalezas, como era de esperar, no suelen negar la suya a la hora de comer o de ir al baño.

Respetar la naturaleza del batracio o del ciervo, requiere darse cuenta de su diversidad. Un afecto hacia la naturaleza en general, como si todo fuera lo mismo, puede llevar a algún iluminado a dar su vida por salvar la de una rana o a meter en la cárcel a los dependientes de una carnicería. El amor ordenado y sensato por la naturaleza física, va de la mano con un estudio de los parecidos y las diferencias entre los distintos modos de ser.

Más maravilloso que los propios modos de ser es que las cosas sean, existan. Algo que, rodeándonos por todas partes e invadiendo nuestra propia identidad, nos resulta vulgar a pesar de que sea milagroso. Un paseo por el sistema solar, y quizás por la entera Vía Láctea, nos llevaría a asombrarnos ante la realidad de una gamba. Las cosas funcionan según las leyes del universo, pero tales leyes no han creado ninguna sola cosa, como señaló C.S. Lewis: sumar mil euros más otros dos mil, no pone tres mil euros en mi bolsillo pobretón.

Cuando Tomás de Aquino asegura en su tercera vía la realidad de un ser necesario del que los demás dependan absolutamente, no está flipando sino haciendo un ejercicio de sensatez. Esto no es contrario a la evolución, sino más bien su presupuesto. Gracias a que son, los seres pueden evolucionar según sus respectivas naturalezas -que tienen algunos aspectos permanentes y otros cambiantes-.

Hay quienes afirman que el mundo salió de la nada por aburrimiento, que pasar de ameba a elefante es solo cuestión de tiempo, y que ante el engrudo cósmico que nos rodea solo cabe la alegría de máscara de alguna fiesta nocturna o la grave y triste seriedad de la rutina diaria. Pero todo esto no es un ejercicio de cordura, sino de necedad. El materialismo como explicación de la vida es absurdo, porque el propio razonamiento trasciende la materia.

Los seres tienen naturalezas asombrosas, pero lo más asombroso es que sean. Y en esa aventura de la existencia está sostenida por una voluntad creadora, trascendente a nosotros, que hace posible entender la mágica diversidad del mundo como un hogar donde se canta, donde cada cosa tiene un nombre.


José Ignacio Moreno Iturralde

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