Pensar en la eternidad puede resultar algo
incierto, lejano y lleno de nubes blancas; algo que no parece a primera vista
muy atractivo. Pero tal vez hay otro modo más real de pensar qué es la
eternidad. Considerar que el Principio no tuvo principio es algo que la razón
humana no puede abarcar; tan solo le cabe quitarse el sombrero con admiración.
Este principio absoluto es el Origen y, por esto, todo lo que conecta con lo
originario es muy auténtico e innovador.
El tiempo entendido como una mera sucesión
de vivencias y de segundos materiales, acaba resultando desolador: melancólico
y sin sentido. Sin embargo, podemos entender el tiempo como la medida de la
existencia de las cosas, constantemente conectadas a su fuente radical de
existencia. Es algo parecido a la relación entre una película y el proyector
que hace posible que se proyecte. Entonces, cada instante cobra un cierto valor
de eternidad.
San Juan dice que Dios es caridad (1 Jn 14,
16). Se trata de un contenido de fe; por otra parte, razonable. Realmente la
caridad, la afirmación amorosa y desinteresada del valor de las personas y de
las cosas, es lo único que tiene en sí mismo la razón de su existencia. Los niños,
quizás los más sabios, viven con intensidad el presente. Los jóvenes miran el
futuro de su vida. Los adultos hacen frecuente balance de la suya. Muchos
ancianos recuerdan el pasado. Pero es posible unir presente, pasado y futuro,
en el espíritu de la persona, como afirmó Agustín de Hipona. Se dan momentos sosos,
otros fantásticos, algunos espantosos. Hay metas que conseguiremos y otras que
no. Hubo cosas que hicimos bien, mientras que otras fueron errores. Pero si la
eternidad es la vida de Dios, el amor tiene jurisdicción sobre el tiempo. Por
esto, puedo sinceramente pedir perdón y así cambiar eficazmente mi vida.
Si tengo más conciencia de eternidad no vivo
en las nubes, sino todo lo contrario: encuentro en cada momento un gran sentido,
que motiva, tonifica y da salero a la vida cotidiana.
José Ignacio Moreno Iturralde
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