Una nueva ley de aborto incluye la modalidad de que las chicas menores puedan abortar, sin permiso paterno. Me pregunto en qué medida respeta esto la patria potestad, si es que este concepto sigue hoy mereciendo algún tipo de consideración. Actualmente, en nuestro país, suceden cosas singulares: los hombres pueden pasar a ser mujeres y viceversa. Eliminar al hijo de las entrañas es un derecho, mientras que defender la dignidad de la vida de todo nonato es considerado como una imposición autoritaria. El matrimonio ya no requiere ni siquiera la complementariedad de madre y padre. Se ha recortado la libertad de educación de los hijos, para los que tienen menos ingresos económicos. Hay una idea dominante de una sexualidad, descomprometida e individualista, que se enseña obligatoriamente en los institutos públicos, sin consideración a ninguna conciencia disidente. Se plantea ahora también que en las escuelas del estado se dispensen medios anticonceptivos.
Durante el actual
gobierno, la idea de familia se ha vuelto todavía más líquida, fragmentaria y maleable.
Pero lo más humillante es que todo esto se hace en nombre de la libertad. Toda
una ingeniería social ha decidido cambiar la antropología natural humana por
una ideología al servicio del poder. Si se logra una familia frágil, los
ciudadanos pasan a depender cada vez más del estado. Ni siquiera se puede disentir
democráticamente de algunos de sus dogmas “progresistas”, sin entrar en una
zona de peligro laboral y penitenciario. Incluso, se hacen listas de objetores
de conciencia para los médicos defensores de toda vida humana, mientras el país
se despeña demográficamente. Todas estas legislaciones quizás tienen una cosa
clara: la familia es el último baluarte frente a los estados prepotentes y
tiranos. Esto se debe a que la familia, con todas sus exigencias, es la escuela
más humana de libertad.
José Ignacio Moreno Iturralde
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