Una de las ciencias más difíciles es la de
llevarse bien con uno mismo. Es cierto que hay etapas en las que uno está
fenomenal, pero también es verdad que existen periodos en que la vida se nos
puede poner cuesta arriba. Los problemas pueden ser de diverso tipo: de salud,
familiares, profesionales. No siempre es fácil resolverlos pronto; incluso
pueden permanecer bastante tiempo. El remedio es tan sencillo como difícil:
aceptar la vida que me toca vivir. Esta es la manera de que esté mejor yo
mismo, y de hacer la vida más agradable a los que me rodean. ¿Pero cómo puede
la voluntad aceptar algo que le resulta desagradable? Teniendo un buen motivo.
Es importante recordar que muchas cosas no
las hemos elegido. Lo que sí podemos elegir es el modo de vivirlas. Por
ejemplo, hay enfermos crónicos que son encantadores, y tal actitud es muy
atractiva. Mi vida solo la puedo vivir yo, y es importante hacerlo con acierto.
Donde solo se ve un obstáculo, puede existir una oportunidad divina. Una mera
auto superación puede dar algo de satisfacción, pero la felicidad se encuentra
en un amor fiel y compartido. Cuando me esfuerzo por mejorar la vida de alguien
distinto a mí, resulta que aprendo a querer y yo mismo me siento mejor. Los
sacrificios de los padres por los hijos, o de los cónyuges entre sí, son
frecuentemente una prueba de lo que estamos diciendo.
Tener un motivo providencial de la propia
existencia no niega la libertad, sino que la hace más fuerte. Si creo en Dios
es más fácil que me mueva en un lenguaje de confianza y seguridad, pese a
cualquier problema. Ciertamente hay un salto de fe, que es un don de lo alto, pero
esta disposición resulta beneficiosa a todo ser humano que libremente la quiera
aceptar. El cristianismo nos habla de un Dios personal y, por tanto, nuestras
relaciones con Él han de ser personales. La teología católica explica que existe
un único Dios, uno en esencia y trino en Personas. La divinidad es relaciones
subsistentes: el Padre es todo paternidad; el Hijo es todo filiación; el
Espíritu Santo es el Amor entre el Padre y el Hijo. Sin embargo, los seres humanos
somos sustancias -sujetos- que se relacionan. Mi padre y mi madre tenían una
existencia previa antes de que yo fuera su hijo. De lo antes dicho se deduce
que nos hacemos mejores cuando vivimos más para los demás, porque así nos
asemejamos más a Dios. Es verdad que tal donación no siempre es correspondida
por los demás, y que la generosidad debe conjugarse con la justicia. Pero la
referencia del modo de ser divino, asegura que el modo más humano de
realizarnos es la entrega de uno mismo a los demás por Dios.
Si alguien no comparte la creencia en la existencia
de Dios, es posible que sí participe de la idea de que es bueno ayudar a los
demás. También puede entender que la existencia de Dios, para los creyentes, aporta
una seguridad notable a la hora de intentar poner en práctica una vida de
servicio a nuestros semejantes. Tal estilo de vida no niega derechos personales
ni legítimas aspiraciones o intereses, sino que los dimensiona, ennoblece y reconduce
a un fin mucho más grandioso que llena el corazón humano.
José Ignacio Moreno Iturralde
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