Cien billones de células XY o cien
billones de células XX es una diferencia genética, originaria, entroncada en lo
que antes se llamaba linaje; es decir, en el género que genera la mayor de las
solidaridades conocidas: las relaciones paterno filiales, que entroncan con un árbol
milenario de familiares.
Por la calle se ven personas, mujeres y
hombres, cada uno con su historia, con sus aspiraciones, tendencias, penas e
ilusiones. Seres hechos para ser libres como las águilas; unas aves que tienen
unas alas muy pesadas. Personas que, en sus quehaceres, buscan forjar su
identidad a través de sus experiencias en el mundo. De todas las diferencias
posibles, la distinción entre lo femenino y lo masculino es una de las más
admirables. Se trata de una diferencia que se descubre desde una mirada
intercambiada desde un plano de radical igualdad.
El hombre puede descubrir en la mujer el
encanto, el significado y el descanso de su vida. La mujer se ve más dotada de
sentido al verse valorada, cuidada y respetada por un hombre que la quiere y al
que quiere. Si se casan -esa fantástica osadía humana- y tienen hijos, la
masculinidad se perfecciona en la paternidad y la feminidad en la maternidad.
La mirada conyugal entre mujer y hombre gira en un círculo virtuoso, en el que
se reflejan los ojos de hijas e hijos. También es posible esa mutua admiración
si los hijos no vinieran.
La lamentable sucesión de abusos pasados y
presentes son una historia de lo brutal, cobarde y machista; características
diametralmente opuestas a la masculinidad de un hombre cabal. Por otra parte, las
separaciones y divorcios, que tanto proliferan hoy en día, no han de olvidar el
atractivo de la ecología familiar; del mismo modo que los incendios no pueden
negar la belleza de los paisajes naturales.
La mirada cordial de la mujer, ayuda al
hombre a encontrarse a sí mismo; y viceversa. Los proyectos personales, de hombres
y mujeres, son importantes; y se ha avanzado en el respeto a la igualdad en el
mundo académico y profesional. Todavía queda mucho por mejorar. Pero lo vida no
es solo una sucesión de tareas y logros, sino un misterio y un regalo. La
antropología más profunda habla del ser humano como alguien que tiene una misión
que cumplir. Tal nervio de la vida es en parte concedido y en parte
personalmente desarrollado. Si nos olvidamos de la prioridad de lo que somos
respecto a lo que queremos, nunca podremos encontrarnos a nosotros mismos. No se
trata de defender una resignación depresiva, sino de aceptar libremente un modo
de ser personal que tiende a la excelencia. Los problemas y nudos en la propia
existencia no son un expediente para querer ser lo que no somos, sino
precisamente la fragua de fuego para sacar adelante lo mejor de nosotros
mismos. La lógica de la creación tiene límites, como los tiene un bosque, las
montañas, o una buena historia. Pero es desde esos límites, a veces
incomprensibles y dolorosos, desde los que se puede mirar el mar, el cielo, las
estrellas, y un camino personal que se dirige a mucho más allá que uno mismo.
Siempre se ha dicho que detrás de un gran
hombre hay una gran mujer; pero quizás convenga hoy recordar que detrás de una
gran mujer hay un gran hombre. Esto no implica necesariamente una vocación
conyugal, puede tratarse de otro tipo de relación familiar o de amistad. Pero la
distinción entre lo masculino y lo femenino constituye nuestras raíces y
nuestra condición para vivir un amor maduro, que da fruto.
José Ignacio Moreno Iturralde
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