Contemplar una manzana o una vaca no conlleva
mucho sobresalto. Se trata de seres diversos, que no tienden a ser otra cosa
distinta a lo que son. Sin embargo, las personas somos libres y tenemos proyectos
e ilusiones: queremos ser el que todavía no somos. Por otra parte, hay mucha
gente que trabaja en oficios que quizás no cumplen sus sueños de la infancia o
de la juventud. Pese a esto, algunos son unos profesionales con un salero
envidiable. Desde luego, es estupendo triunfar profesionalmente; pero más
importante es triunfar personalmente en la vida. Para esto se requiere algo
complicado: la sencillez.
La sencillez toma la vida como viene,
asume las propias limitaciones, llora sin venirse abajo y ríe sin histerismos.
Se trata de una virtud que aporta mucha fortaleza, porque se enraíza en la
verdad: Hay miles de millones de personas, y nadie puede decir que una sea más
importante que la otra.
La sencillez, esa heroica conquista, es
una paradoja. Al percatarse de la propia pequeñez, la persona se hace grande.
Ensancha su horizonte con la fantástica capacidad de valorar tantas cosas
buenas de la vida, especialmente la existencia de familiares, amigos y
conocidos. Si algo duro e incomprensible sucede, la sencillez puede aceptar que
no podemos explicarlo todo, y seguir hacia adelante. Con esta actitud, se
disfruta de una merienda familiar, de un partido de fútbol, e incluso del
despertarse temprano en la mañana de un lunes. Esto ocurre no porque todo sea
agradable, sino porque las cosas adquieren el valor de un singular detalle
dentro del cuadro del artista o de la novela del escritor. La persona que
descubre, tras mucho rogar a lo alto, el realismo y la descomplicación interior,
experimenta una liberación por la que es capaz de saberse conectada con una
realidad enorme y un misterio infinito. Pese a todo, podemos volver a ver una
manzana o una vaca sin gran emoción; pero con una sonrisa. Por esto, la sabiduría
de la sencillez nos hace ser grandes.
José Ignacio Moreno Iturralde
No comments:
Post a Comment