Puede ocurrir que un teórico del dolor
sienta como un gran contratiempo un leve dolor de cabeza, o la falta de café en
el desayuno. Pero además de teórico, se puede ser testigo de comportamientos
ajenos muy ejemplares. Hay personas que, en las inmediaciones de su muerte, dicen
palabras de ánimo, fe, esperanza y buen humor. Existen amigos que, viviendo en
silla de ruedas, llevan su existencia con alegría y entereza. Tales actitudes
no nos dejan indiferentes; no resultan absurdas sino llenas de sentido.
Recuerdo la conmoción que me produjo ver
la cara de un enfermo de alzheimer avanzado, a quien se le llenó de ilusión el
rostro al reconocer a su nieto. El dolor, ese desagradable compañero de la
condición humana, tiene profundas enseñanzas. Todos sabemos historias de
personas que han cambiado su jerarquía de valores, con motivo de algún tipo de
severo contratiempo.
En el mundo, donde tantas cosas estupendas
se dan por sobreentendidas, suceden desgracias. En ocasiones se trata de dramas
espantosos: terremotos, guerras, y un sinfín de calamidades. En ocasiones son
consecuencia de fuerzas de la naturaleza; otras veces se trata de la maldad
humana colmada hasta límites que dan vértigo. Existen comportamientos tan
aberrantes, que hacen considerar que la existencia la acción de una fuerza del
mal sobrehumana puede tener una influencia real.
Por otro lado, es posible intuir que
incluso en las condiciones más duras, hay personas capaces de encontrar una esperanza
pura y fuerte, un ámbito de confianza, un don de paz y de ánimo. Es lo que ha
sucedido muchas veces en el testimonio de los mártires, o simplemente en
innumerables personas que han fallecido con serenidad rodeados por el cariño de
sus familiares. El dolor extremo puede ser la ocasión para el vuelo más alto
del espíritu humano. Por otra parte, toda esa serie de graves dificultades nos
recuerda la insuficiencia de este mundo por sí mismo.
Hemos de procurar con decidido empeño el
bienestar y la salud de todos, pero no siempre es posible. Es poco humano vivir
como si el dolor no tuviera algún sentido, aunque en ocasiones no lo
comprendamos. Además, no hay que esperar a los momentos difíciles para
demostrar una gran categoría personal. Es más asequible y más práctico,
afrontar las pequeñas dificultades de cada día con todo el salero y sentido
positivo del que seamos capaces; o, al menos, intentarlo. Así sabremos
trasmitir una escuela de vida y de luz para los demás, en las situaciones
adversas y en las agradables.
José Ignacio Moreno Iturralde
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