Todo el mundo desea una convivencia pacífica,
como uno de los bienes sociales más preciados. Sin embargo, la guerra es una
constante de la historia humana. También a nivel personal, la paz es un tesoro.
Pese a esto, mantener un ánimo sereno de un modo habitual, es algo que no sale
solo. Las adversidades exteriores y las ansiedades interiores no nos lo ponen fácil.
Un gran amigo me dijo una vez que los
males del mundo eran la falta de moralidad y el exceso de ambición. Pienso que
por moralidad se refería al esfuerzo por ser mejor persona. Respecto a la
ambición es bueno tenerla, pero procurando que la avaricia no rompa el saco. Para
tener un modo de vivir acertado, es precisa una referencia a la verdad de las
cosas. Este realismo no supone una necesaria oposición a la subjetividad
personal. La verdad, si sabemos entenderla, es la que nos deja tranquilos, con
paz interior. Necesitamos vernos con una luz distinta a la nuestra para ser
quien somos, como le pasa a la tierra respecto al sol.
En la paz se dan cita muchos factores: el
esfuerzo personal y social, el equilibrio de intereses, la ordenación de las
prioridades... Pero todo esto no es suficiente, como comprobamos una y otra
vez. Además de a nuestros errores, esto puede deberse a que la persona humana
no es un ser completo en sí mismo. Estamos diseñados para compartir y para
confiar. Es una paradoja, pero solo estamos tranquilos cuando cedemos el timón
de nuestra vida a alguien a quien queremos y en quien confiamos. Esto no supone
una dejación de derechos, ni de responsabilidades, sino un modo nuevo de vivir
libre y responsablemente.
Por esto hemos de pensar en quién hemos puesto nuestra confianza; porque si acertamos, tendremos la paz que el mundo no puede dar.
José Ignacio Moreno Iturralde
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