El fanatismo puede ser
considerado como un cierto tipo de activismo de la razón y de la voluntad. Para
muchas cosas la acción es necesaria, pero un exceso de ella resulta negativo.
Un ejemplo de esto se da, por ejemplo, en el trabajo. De modo análogo, es muy
respetable tener ideas propias y defenderlas, pero resulta un abuso querer
imponerlas a los demás. Esto es compatible con la existencia de leyes comunes
para todos, que se apliquen por necesidad social, aunque haya quienes no las
quieran admitir.
El fanatismo supone dar
prioridad a las ideas sobre las personas, llegando incluso a lesionar derechos
fundamentales de mujeres y de hombres. El fanático ha perdido parte de su
identidad cediéndola a sus consignas de grupo. Tal actitud es una manifestación
del error de dar prioridad al hacer sobre el ser. El activista radicalizado puede
hacer mucho, pero es poco consistente como persona.
Respecto a la religión,
es interesante destacar que el fanatismo es lo opuesto al cristianismo. Según el
cristianismo el Verbo de Dios -la Palabra de Dios- se ha encarnado en un
hombre, en Jesucristo. Esto supone que el verdadero cristiano respeta siempre a
las personas, sean cuales sean sus convicciones religiosas. Otro asunto son los
desaciertos históricos que algunos cristianos hayan cometido al respecto, lo
que no puede hacer olvidar la inmensa multitud de aciertos de muchas otras personas
cristianas. Ante todo, hay que considerar el ejemplo sublime de la vida de
Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, que es, entre otras cosas, el único
fundador de una religión que ha pedido a sus discípulos que perdonen a sus
enemigos y recen por ellos, como Él mismo hizo cuando injustamente le mataban.
José Ignacio Moreno Iturralde
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