Monday, August 19, 2024

Solo si sé quién soy, actuaré con acierto


Hace un tiempo trajeron a mi casa un cachorro de braco, un perro de caza. Ya tenía unos cuantos meses, estaba asustado, y no parecía agradecer demasiado mimos y caricias. Entre azulejos de piso, aquel perrillo estaba despistado y algo triste. El braco era de un amigo mío, y se fue con él. Varios meses después, dando una vuelta con su dueño, vi a aquél perro en el campo. Daba gozo verle retozar y correr en su ambiente. Ahora estaba en su medio, desplegando su veloz e intrépida naturaleza.

Los seres humanos, a diferencia de los bracos, tenemos razón y libertad moral, pero también somos dotados con un peculiar modo de ser. Por muy distintos y distintas que seamos, nadie cuerdo quiere ser un fracasado o un infeliz. A diferencia del perro, podemos aceptar o no nuestra vida, pero suele ser más realista y provechoso hacerlo, aunque queramos mejorar nuestro entorno y, ante todo, a nosotros mismos. Es cierto que podemos tener enfermedades o limitaciones que impidan desarrollar algunos de nuestros sueños. Pero lo que siempre es asequible, y admirable, es vivir nuestra vida cotidiana con empeño de hacerlo bien. Tantas veces, lo que ha hecho memorables las vidas de mujeres y hombres ha sido precisamente afrontar limites o situaciones que no esperaban.

Solemos admirar a las personas generosas, alegres y optimistas. Muchas veces son así no porque tengan todos sus deseos satisfechos, sino porque saben vivir y, por tanto, saben querer. Tienen buenas relaciones con quienes les rodean y esto, que siempre es más o menos costoso, les otorga una serena felicidad.

Querer conseguir nuestros sueños puede ser muy positivo, aunque no siempre sea posible. Pero lo que es una falta de sentido común notable es actuar de un modo distinto a lo que somos. Una persona se construye a sí misma con sus actos, pero hasta cierto punto. Pensar que nuestros deseos son razón suficiente para redefinir absolutamente nuestra identidad es la lógica de un loco. Un egoísta agudo, por mucho que se empeñe, nunca será feliz; como tampoco podrá serlo quien desconozca sus límites más elementales.

Nuestra realidad es una donación: nadie ha sido consultado para existir. Son muchas las cosas y personas que no hemos elegido; y precisamente entre ellas se cuentan los seres que más queremos, como suele ocurrir respecto a las madres. De modo contrario a lo anterior, las llamadas ideologías se oponen al respeto a los demás y, por tanto, a uno mismo. Las ideologías son pensamientos o deseos enfermizos que rompen nuestra unidad y nuestra armonía con la realidad. El nazismo o el comunismo, siguiendo sus proyectos, llegaron a los más execrables crímenes contra la humanidad. Y esto sucedió porque, aun teniendo razón en algunas de sus propuestas, sus sistemas opuestos coincidían en un odio inhumano a los que consideraban enemigos. Una nueva filosofía de la sospecha, la ideología woke, parece tener cierto éxito actualmente. Se trata de una especie de neomarxismo que intenta alertar a todos los que sufren marginaciones, de que la culpa proviene de un sistema social perverso y explotador. Sus planteamientos son netamente materialistas y favorables a la violencia como palanca de cambio social. Respecto a estas ideas, cabe reconocer que hay explotaciones y marginaciones injustas, que hay que erradicar. Sin embargo, lo grave del movimiento woke es que basa las relaciones cívicas sobre la desconfianza y la revancha, poniendo en jaque la naturaleza social del hombre

Por otra parte, la relativización y la demolición de la familia entendida como la unión de una mujer y un hombre abierta a la posibilidad de tener hijos, no es ningún avance sino un retroceso monumental. Nuestra condición nativa es la de ser hijos o hijas y esto requiere, necesaria y naturalmente, de la existencia de los padres. Hasta hace muy poco casi nadie ponía esto en duda; pero ya no ocurre así. La libertad, en vez de considerarse una facultad de la persona, se ha confundido con la persona misma: esto produce el efecto devastador de una pescadilla que se muerde la cola.

La ruptura de la familia lleva consigo la ruptura de uno mismo; de tal modo que, dicho sea esto con absoluto respeto a la dignidad de todas las personas, ahora se considera que cada persona tiene el sexo que quiera tener, lo cual no coincide con la realidad. El transhumanismo va más allá, y sueña con los ciborgs -una mezcla entre ser humano y ser tecnológico-: dicen que es la hora de que el hombre lidere el proceso de su propia evolución. Alucinados con el progreso, no saben bien hacia donde se dirigen porque no reconocen sus raíces y, por este motivo, no podrán dar un buen fruto.

Actuar poniendo en juego nuestra libertad es importantísimo, pero pretender progresar individual y socialmente, al margen de lo que somos de partida, es un error de cálculo espantoso. Nos desarrollamos con nuestras acciones, pero es una necedad olvidar nuestro modo de ser humanos y lo que nos hace ser mejores personas. Cuando nos maravillamos de nuestra existencia, apuntamos a un origen que va más allá de nosotros mismos, y esto engrandece e ilumina el panorama de nuestra vida. Hacer está muy bien, pero lo importante es ser personalmente mejores, y solo lo seremos si admitimos un principio de nuestra auténtica libertad: el obrar sigue al ser. Aquel perro braco era lo que es… y estaba tan pancho. Nosotros, por ser personas, necesitamos aceptar nuestra vida y esto supone el esfuerzo de posicionarse desde unos límites humanos, requisito indispensable para poder actuar con acierto y aspirar a ser verdaderamente felices.


José Ignacio Moreno Iturralde

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