Situarse por encima de
estados emocionales es una manifestación de autodominio y, quizás, de madurez.
Conseguir controlar, por ejemplo, la euforia o la ira, es algo provechoso para
uno mismo y para los demás. Sucede algo análogo, con cuestiones como algún
enamoramiento que juzgamos improcedente, por lo que ponemos medios para
abandonarlo y evitar su desarrollo.
Por otra parte, somos
algo más que nuestros pensamientos: en ocasiones nos damos cuenta de que nos
invaden ideas tóxicas o negativas, que haremos bien en cambiar por otras que
nos den paz, ánimo, y nos hagan ser mejores. En otro terreno, un esfuerzo
sostenido por la voluntad puede ser dejado a un lado, si nos percatamos de que
se trata de una cabezonería o un puro voluntarismo. Respecto al empleo de la
libertad, podemos entender que esta estupenda propiedad no es un fin para sí
misma. Ser libres se orienta a elegir lo que estimamos más adecuado; no se es
más libre si uno no elige nada: esto sería precisamente la negación de la
libertad.
Todo lo dicho prueba que
somos capaces de estar, en cierta medida, por encima de nuestras facultades
sensibles, e incluso racionales. Esto es posible porque hay un núcleo personal,
que se desarrolla en todas las facultades antes descritas, y en otras, pero que
es superior a ellas. Este centro de la persona no es algo que nosotros hagamos,
sino algo que nos es dado. Es decir, nuestro ser más profundo es una donación,
no un logro. Tal regalo solo puede provenir de alguien con capacidad de crear
un ser con una dimensión espiritual -capaz de superarse a sí mismo-. Por esto,
puede decirse que nuestro yo más profundo es una ventana abierta a Dios.
Estamos constituidos para
el conocimiento, la libertad, el amor y la coexistencia con los demás: estas
características fundantes de nuestro ser personal -que Leonardo Polo llama
trascendentales de la persona- son anteriores a las capacidades y actos a
través de las cuales se van a desarrollar. Estas propiedades nucleares iniciales
no las hemos elegido; pero podemos encaminarlas hacia sus fines con acierto a
lo largo de la vida, o desviarlas y deformarlas.
El ámbito emocional y
racional es algo rotundamente humano, que ejercitaremos en la vida. Pero
conviene tener en cuenta lo siguiente: es un error grave entendernos como un
conjunto de sentimientos, incluso de capacidades, que no tuvieran más remedio
que seguir sus impulsos para ser felices. Un ser humano es alguien con una
profunda interioridad, que puede modelar su razón, voluntad y corazón de
acuerdo a un modo de ser que nos ha sido donado. De este modo es como puede
lograrse una actuación hacia una vida plenamente humana y feliz, con los
altibajos propios de nuestra existencia.
José Ignacio Moreno Iturralde
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