Wednesday, August 14, 2024

Felicidad y criterio de conducta


 Hay etapas fantásticas de la vida en las que uno se siente profundamente feliz, quizás sin darse mucha cuenta. En muchas ocasiones, la infancia es una de esos periodos estupendos de nuestra existencia. Con el paso del tiempo, uno se va dando cuenta de la cantidad de sacrificios que nuestros padres han hecho por nosotros; pero es posible que no siempre han sido felices haciéndolos.

Nos damos cuenta de que buscamos metas o fines que merezcan la pena. Esto comporta esfuerzos, y es lógico que haya momentos en los que lo pasemos mal, aunque estemos haciendo lo correcto.

Pienso que para entender la felicidad hay que ponerla en relación con el bien, que tiene carácter de fin. Lo importante es buscar hacer el bien. La felicidad es la posible satisfacción de haber hecho lo debido. Buscar siempre la felicidad en directo es una equivocación. Conviene tener esto en cuenta, porque puede suceder que una persona adulta, con compromisos importantes -por ejemplo, familiares-, pase por momentos en los que no se sienta feliz en absoluto. Entonces podría pensar que se ha equivocado en sus elecciones, que ese no es el camino y que, por tanto, tiene que abandonar esas ataduras que le pesan como cadenas. Esto, en muchos casos, puede ser un error serio. Lo que nos parecen limitaciones son, frecuentemente, condiciones de posibilidad para ejercer una libertad humana, realista. Desde luego hay algunas situaciones auténticamente espantosas, de las que hay que salir como sea.

Romper vínculos respectivos a las primordiales relaciones humanas –filiación, maternidad, paternidad, conyugalidad- puede llevar a rompernos a nosotros mismos. Nuestros compromisos fundamentales pueden resultarnos costosos como un zapato que nos quedara pequeño. Pero es posible que el problema no esté en el zapato, sino en el pie. La solución no es quedarse descalzo, sino ir al médico -dejarse ayudar-.

El sentimiento de infelicidad debe ser escuchado, atendido, y remediado, si es posible. Pero puede tener su origen en una falta de virtud o de sentido común, o de ambas cosas. Un equipo de futbol es feliz al ganar un torneo, pero antes pasa por muchos momentos de apuro. No es menos cierto que ocurre lo mismo en el deporte de la vida. Además, a diferencia del fútbol, las victorias personales más importantes, las morales, ayudan también a los demás a vencer como personas.

El ser humano es capaz de trascender sus estados emocionales para buscar sus más altos propósitos. Por todo esto, es probable que lo que conviene hacer sea aceptar nuestra propia vida, pensando en el gran bien que hacemos a los demás de esta manera. Cuando actuamos así, parece como si recobráramos nuestra situación en el mundo y la propia felicidad renace. La motivación de pensar en los demás tiene su último fundamento en la relación que nos une con ellos y con Dios, que es quien nos puede dar una motivación última y una ayuda eficaz para superarnos.

La opción del sentimiento por el sentimiento y la del deber por el deber, siendo opuestas, tienen algo importante en común -como afirma Robert Spaemann-: empiezan y terminan en uno mismo. Lo importante es mirar hacia fuera de uno mismo y basar la ética en función de la realidad de las cosas

Es importante ser felices, no cabe duda, pero la felicidad es una vivencia emocional, que no tiene una capacidad suficiente de orientación hacia la verdad. La verdad de nuestra propia vida, a la que se accede por la razón y la confianza, no depende exclusivamente de nosotros. Se trata de un hallazgo que hace que seamos mejores y nos dará, más tarde o más temprano, una felicidad que ni siquiera logramos imaginar.


José Ignacio Moreno Iturralde

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