Nos damos cuenta de que
buscamos metas o fines que merezcan la pena. Esto comporta esfuerzos, y es
lógico que haya momentos en los que lo pasemos mal, aunque estemos haciendo lo
correcto.
Pienso que para entender
la felicidad hay que ponerla en relación con el bien, que tiene carácter de
fin. Lo importante es buscar hacer el bien. La felicidad es la posible
satisfacción de haber hecho lo debido. Buscar siempre la felicidad en directo
es una equivocación. Conviene tener esto en cuenta, porque puede suceder que
una persona adulta, con compromisos importantes -por ejemplo, familiares-, pase
por momentos en los que no se sienta feliz en absoluto. Entonces podría pensar
que se ha equivocado en sus elecciones, que ese no es el camino y que, por
tanto, tiene que abandonar esas ataduras que le pesan como cadenas. Esto, en
muchos casos, puede ser un error serio. Lo que nos parecen limitaciones son,
frecuentemente, condiciones de posibilidad para ejercer una libertad humana,
realista. Desde luego hay algunas situaciones auténticamente espantosas, de las
que hay que salir como sea.
Romper vínculos
respectivos a las primordiales relaciones humanas –filiación, maternidad,
paternidad, conyugalidad- puede llevar a rompernos a nosotros mismos. Nuestros
compromisos fundamentales pueden resultarnos costosos como un zapato que nos
quedara pequeño. Pero es posible que el problema no esté en el zapato, sino en
el pie. La solución no es quedarse descalzo, sino ir al médico -dejarse
ayudar-.
El sentimiento de
infelicidad debe ser escuchado, atendido, y remediado, si es posible. Pero
puede tener su origen en una falta de virtud o de sentido común, o de ambas
cosas. Un equipo de futbol es feliz al ganar un torneo, pero antes pasa por
muchos momentos de apuro. No es menos cierto que ocurre lo mismo en el deporte
de la vida. Además, a diferencia del fútbol, las victorias personales más
importantes, las morales, ayudan también a los demás a vencer como personas.
El ser humano es capaz de
trascender sus estados emocionales para buscar sus más altos propósitos. Por
todo esto, es probable que lo que conviene hacer sea aceptar nuestra propia
vida, pensando en el gran bien que hacemos a los demás de esta manera. Cuando
actuamos así, parece como si recobráramos nuestra situación en el mundo y la
propia felicidad renace. La motivación de pensar en los demás tiene su último
fundamento en la relación que nos une con ellos y con Dios, que es quien nos
puede dar una motivación última y una ayuda eficaz para superarnos.
La opción del sentimiento
por el sentimiento y la del deber por el deber, siendo opuestas, tienen algo
importante en común -como afirma Robert Spaemann-: empiezan y terminan en uno
mismo. Lo importante es mirar hacia fuera de uno mismo y basar la ética en
función de la realidad de las cosas
Es importante ser
felices, no cabe duda, pero la felicidad es una vivencia emocional, que no
tiene una capacidad suficiente de orientación hacia la verdad. La verdad de
nuestra propia vida, a la que se accede por la razón y la confianza, no depende
exclusivamente de nosotros. Se trata de un hallazgo que hace que seamos mejores
y nos dará, más tarde o más temprano, una felicidad que ni siquiera logramos
imaginar.
José Ignacio Moreno Iturralde
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