La sencillez puede que no
sea tan sencilla. Vamos a poner un ejemplo para ilustrarlo. Supongamos un rectángulo que tiene una cuarta parte pintada de azul. Intentemos dividir
la parte que no es azul en dos partes iguales; después en tres partes iguales -estas
dos fases son muy fáciles-, y más adelante en cuatro partes iguales -esto ya es
más complicado-. En el primer dibujo, esas cuatro partes están representadas con
diversos colores.
Para alguien que hubiera
logrado la fase anterior, supondría un
nuevo reto sería intentar dividir la parte del cuadro no azul en cinco partes iguales… Pero
imaginemos que ahora, borrando el anterior, le ponemos otro rectángulo totalmente en blanco. Al llegar a
este punto, recuerdo que un joven universitario que había terminado el Grado en
Matemáticas con premio extraordinario, se puso algo nervioso haciendo cálculos
sin conseguir un resultado. Esto le sucedía porque había dejado de mirar la
realidad. Seguía pensando en un rectángulo con una cuarta parte pintada de azul,
en vez de darse cuenta de que ahora estaba totalmente vacío. Tenía un auténtico
prejuicio que le impedía ver el cambio sencillo que la realidad ahora le
ofrecía. La solución era muy sencilla: dividirlo en cinco partes -como vemos en
el otro dibujo-.
En ocasiones, nos puede
suceder lo que al joven matemático. Nuestras componendas mentales nos impiden
ver la realidad con sencillez. Ser sencillo no es suficiente para desentrañar
el sentido de las cosas, pero supone el inicio adecuado para el conocimiento.
Uno de los aspectos de la
sencillez es el de ser una disposición para adecuar nuestro pensamiento a la
realidad. Cuando esto se pierde, cuando casi todo se resuelve según la propia
subjetividad e interés, la complejidad se multiplica, y sus consecuencias
también.
Es cierto que caben
muchas opiniones sobre múltiples aspectos de la realidad. Pero una cosa es
entender la opinión como una perspectiva de la realidad, y otra muy distinta es
que no hay más realidad ni verdad que lo que mi opinión afirma. Por esto el
realismo, la prioridad de la realidad sobre la razón, es la mejor mesa de
diálogo y pluralismo.
Con frecuencia nos falta
sencillez a la hora de examinar nuestro propio comportamiento y el de los
demás. Llamar al pan, pan; y al vino, vino, requiere de sencillez, honradez y
fortaleza de juicio.
La sencillez otorga también
una gran fortaleza interior porque ayuda a mantener nuestra unidad. Una persona
sencilla es más sólida, menos quebradiza. No da excesivas vueltas a las cosas,
ni a sí misma: y esto le ayuda a ganar mucho tiempo y eficacia. La sencillez no
es una simplicidad paleta y elemental, sino la virtud por la que el sentido del
mundo y de la propia vida personal se va esclareciendo cada vez más. Por esto,
la sencillez ayuda a ser feliz a quien se esfuerza por vivirla.
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