Una cosa no puede ser y no
ser al mismo tiempo y en el mismo sentido. Bien fácil que parece el principio
de no contradicción. Sin embargo, luego, la cosa se complica: ¿se comporta uno
siempre como quien verdaderamente es?, ¿es uno el mismo que hace diez años?...
En cosas quizás más cotidianas volvemos a toparnos con el problema:
¿verdaderamente tuve la culpa yo o la tuvo ella?
Cada ser está en continuo
cambio. Un gusano de seda… ¿es oruga, larva, mariposa, o las tres cosas a la
vez? Cabe decir que es un proceso. Esta noción de proceso entronca con lo que
los griegos llamaron naturaleza, el modo de ser operante de algo. Cada ser,
especialmente un ser vivo, es un proceso. Un proceso es para algo, un proceso
tiene una finalidad. No todo el mundo gusta de la noción de finalidad;
bastantes la niegan, pero ¿con qué fin?
La naturaleza de cualquier
ser vivo es “un principio fijo de comportamiento móvil”, en expresión del profesor
Millán Puelles. Cada ser está en acto de una serie de cosas -fundamentalmente
de ser- y en potencia o capacidad de otras. La actualización de sus capacidades
no es una negación de la etapa anterior sino su desarrollo.
Una aplicación interesante de
todo esto puede llevarse al debate actual sobre la identidad del embrión humano. Un embrión de unas horas es
un proceso, una naturaleza, una finalidad que se desarrolla en sí misma. Es
hombre en acto porque es proceso humano. Entender al embrión tan sólo como una
suma de células es similar a entender un
reloj como la suma de sus elementos materiales: es no entenderle. Manipular al
embrión es no respetar su ser, su naturaleza, su finalidad. Congelar a un
embrión humano es detener un proceso de vida humano; es negarlo.
Lo que escribo no es
solamente una sucesión de letras. Antes de ser escritas y a lo largo de su
escritura hay una intención. La intención está fuera de las letras pero de
algún modo está dentro de cada una de ellas. El comienzo del párrafo, la zona
media y el final están unidos en la intención. Sin intención no habría ni
pasado, ni presente, ni futuro de esta exposición. Un fin inmaterial –ya que no
es una letra más-, la intención, se despliega en rasgos tangibles a lo largo
del tiempo.
Cada realidad y mucho más
cada ser vivo lleva en sí una gramática sumamente compleja. Un jilguero, por
poner un ejemplo, tiene un grado de orden
mucho mayor que un ordenador sofisticado. En su gramática de la vida hay
algo más que una articulación compleja capaz de trinar, existe también una
semántica, un sentido. El pájaro tiene una naturaleza con finalidad o, si se
prefiere, con finalidades. Ni el aventurado texto que estoy escribiendo se
autodiseña ni tampoco lo hace el jilguero.
Desde que se
forma genéticamente nuestra identidad de ser humano no es correcto entendernos
como una sucesión de instantes, ni siquiera como un transcurso de vida humana,
sino como seres con dignidad merecedora de respeto. Cada instante de nuestra
vida está en función de toda la biografía. Entender nuestra vida como una unión
de segmentos es deshumanizarla. La biografía es la semántica, el sentido de
nuestra realidad personal. Sólo una ciencia que tenga esto es cuenta puede
hacer un servicio digno del hombre.
Respecto
al termino “pre-embriones sobrantes” lo que realmente sobra es lo de “pre”. Se
han dado múltiples argumentos biológicos para demostrar que la vida humana es
un continuo desde la concepción y que no hay nada esencialmente distinto en el
día catorce respecto al trece, donde todavía se es embrión de segunda o
pre-embión, por un acuerdo absolutamente arbitrario.
Lo que verdaderamente sobran
son intereses en contra de la realidad; intereses de diversos tipos: la
aspiración a tener hijos desde la esterilidad, el avance de la ciencia y los
meramente mercantilistas.
Es comprensible el ansia de
paternidad pero los hijos no son un producto y hay mucho niño abandonado al que
se puede adoptar. La ciencia es considerada por algunos como algo imparable:
“ninguna convicción ha de interponerse a su desarrollo”. No hay que ser muy
listo para darse cuenta de que eso supone ya partir de una convicción. Otros
preferimos defender que la ciencia está al servicio del hombre y de toda vida
humana.
Los embriones son vidas
humanas que no deben ser producidas. Todos esos miles de embriones, que de
hecho se fabrican, son tratados como objetos. Resulta cínico no otorgarles un
respeto cuando todos y cada uno de nosotros hemos pasado por idéntica fase
embrionaria. Ser humano y ser objeto de producción son dos nociones
contradictorias. Urge clarificar, establecer y defender el estatuto del embrión
humano.
Este siglo
promete ser muy interesante para la medicina regenerativa. Las posibilidades de
utilización de células madre -tratables para ser convertidas en células de
diversos órganos- se presentan como una revolución para el mundo de la sanidad.
Como es sabido hay células madre de dos orígenes distintos: las que proceden de
tejidos adultos –por ejemplo de la grasa- y las que proceden de embriones
humanos. A estas alturas se pueden hacer una serie de consideraciones: Hasta la
fecha todos los tratamientos clínicos con éxito llevados a cabo se han
realizado con células madre adultas. Tales células no producen ningún rechazo
puesto que provienen de tejidos adultos del propio paciente. La capacidad de
diferenciación y convertibilidad de las células madre adultas es bastante mayor
a medida que aumentan las investigaciones. Investigadores como el japonés
Yamanaka han conseguido sacar células similares a las embrionarias a partir de
células madre adultas, por lo que carece de sentido destruir embriones humanos.
Desde un punto
de vista ético, las células madre adultas no tienen ningún reparo. Las
embrionarias, al proceder de embriones humanos, suscitan un gran debate: desde
los que no ven ninguna barrera ética hasta los que defienden la dignidad de
todo embrión humano y consideran reprobable tratar al embrión como un mero
objeto.
Vayamos ahora a
las células madre de embriones. Su capacidad de diferenciación es lógicamente
muy grande. No existe hasta hoy ningún logro clínico satisfactorio. En los
experimentos hasta ahora realizados se ha demostrado que producen tumores.
Tienen el problema de tener que subsanar el rechazo del paciente al no ser una
célula suya. A diferencia de las células madre adultas no son capaces por sí
solas de ir, a través de la sangre, al tejido afectado.
¿Por qué puede
mantenerse el interés investigar con células madre embrionarias? Porque de
ellas pueden salir líneas celulares. Las líneas celulares son células que se
reproducen indefinidamente; algo parecido a ramas de geranios que dieran nuevos
geranios. El interés de estas líneas consiste en que se puede experimentar
sobre ellas viendo cómo reaccionan; pero no tienen ninguna aplicación clínica.
Esto no excluye que tras muchas investigaciones se pudiera llegar a algún
conocimiento de interés para aplicación médica. Quien cree una línea celular
tiene una patente y, por tanto, una fuente de ventas para centros de
investigación interesados. Es decir: el uso de células madre embrionarias, que
supone la destrucción de embriones humanos, no tiene una finalidad médica sino
de investigación.
Otro asunto
consiste en considerar si los embriones humanos que se van a utilizar están
vivos o muertos. En el segundo caso, algunos son de la opinión de que no hay
ninguna objeción ética para su utilización. Convendría recordar que el hecho de
congelar un embrión supone ya ponerle en un serio peligro. Según datos de la
Sociedad Americana de Medicina Reproductiva, el 50% de los embriones congelados
mueren en el proceso de descongelación y tan sólo el 16% logra implantarse con
éxito en el seno de la madre. Es decir: de hecho, la congelación de embriones
lleva a la mayoría de ellos a su inviabilidad vital. Al utilizar embriones
muertos se utilizan antiguos embriones a
los que de antemano no se las había situado en su destino natural, sino en una
situación de alto riesgo.
Los que no
tienen ninguna objeción para experimentar con embriones vivos piden la posibilidad
de legalizar la clonación humana, a través de una transferencia nuclear, con
fines terapéuticos. Esto supone la producción de embriones humanos con el
exclusivo fin de su utilización como banco de tejidos. Conviene recordar
también varios factores: todavía hay un gran desconocimiento de los factores
que intervienen en el proceso de la clonación. Hace falta un óvulo para que se
pueda producir tal proceso. Pero, en la práctica, se requiere hacer un elevado
número de intentos y, por tanto, se necesita un elevado número de óvulos. Por
otra parte, la clonación no se hace con
el ADN de una fusión de gametos sino con el ADN de un núcleo proveniente de un
adulto, con las consecuencias que ello pueda traer consigo.
La actual ley de
reproducción asistida española convierte en legal el diagnóstico
pre-implantatorio del embrión; es decir: entre varios embriones producidos se
puede seleccionar al que genéticamente es compatible con un hijo enfermo y ya
nacido de la misma pareja. Se trata de producir un niño para salvar a otro con
el fin de que los dos sobrevivan. Pero otros
embriones “no elegidos” podrán ser objeto para la investigación; antes
de los catorce días.
Además de las
consideraciones que velan por la protección del embrión humano, las nuevas
técnicas de obtención de células madre a partir de adultas piden una renovación
de la citada ley, que ha quedado desfasada.
Otra cuestión
ética de interés es que la fecundación artificial olvida que al separar el
aspecto unitivo y procreativo de la sexualidad se prescinde del ámbito
propiamente humano de la sexualidad
No comments:
Post a Comment