A la hora de justificar el
aborto suele decirse que lo que se elimina no es un ser humano sino unas
cuántas células. Es evidente que cualquier adulto es también un conjunto de
células, pero ante todo es una persona. Además de los motivos antes expuestos,
recordaremos que todo embrión tiene
codificada una estrategia de vida que va configurando la materia para formar un
ser humano. Pero el embrión no podría formar un ser humano si él mismo no lo
fuera. Un anciano ha sido adulto. Un adulto ha sido joven. Un niño ha sido
embrión. Un anciano, por tanto, ha sido embrión. Dar importancia al carácter
humano de la vida del embrión no es exagerado, porque defender la vida humana
no es una exageración. No existen etapas prehumanas de la vida humana. La vida
humana es un continuo cuya protección debe ser tutelada desde la concepción
hasta su muerte natural.
Por esta
realidad en el mismo instante en que surge el embrión -en la fecundación- surge
actualmente toda la naturaleza humana y ya se es hombre o mujer. Por este
motivo el término pre-embrión no tiene ningún significado real; es una pura
convención sin base científica.
En el momento en que se
produce la fecundación, se gesta la portentosa novedad de un nuevo código
genético que va desarrollando una hoja de ruta planificada que trasciende a los
propios genes, de un modo análogo a como el contenido de un ordenador
trasciende al ordenador mismo. Esta estrategia de vida tiene capacidades
racionales, que podrán ser expresadas en un futuro. Por ahora, va elaborando un
organismo que será capaz de manifestar inteligencia más adelante. Como ya hemos
explicado, la humanidad no se reduce a que ejercite tales acciones aunque se
realice y perfeccione con ellas.
Nadie
sensato sostiene que un hombre de 120 kilos de peso es el doble de hombre que
otro de 60 kilos. La naturaleza humana no se mide en una balanza. Tampoco
justificaríamos a un astronauta asesino que lanzara una bomba atómica sobre una
ciudad con la excusa de que no puede vernos. Ciertamente la cantidad de las
cosas es importante pero más aún es la cualidad. Sería muy triste deshacerse de
un cargamento de piedras polvorientas y, después, darse cuenta de que se
trataba de diamantes en bruto. ¿Acaso no vale más la vida de un ser humano que
el precio de cualquier piedra preciosa? Quizás sea bueno recordar ahora la
frase de Quevedo “sólo el necio confunde valor y precio”.
Otro de los lemas abortistas
es el que reivindica que la mujer hace lo que quiere con su cuerpo. Se trata de
una falacia porque el cuerpo del hijo, con su propio código genético, es
distinto del de su madre aunque esté dentro de ella y sea dependiente.
Cuando el abortismo afirma
que sexualidad no es maternidad está separando lo que se puede dar unido por
naturaleza. Lo cierto es que sexualidad y procreación están unidas por
naturaleza y separarlas artificialmente trae consigo efectos serios. La cirugía
del aborto no solo es evidentemente negativa para el nonato, sino que es una
ruptura cruenta en el proceso de la gestación natural, que puede atentar a la
salud física de la madre de modo inmediato o mediato. Es también muy común, y
bastante silenciado, el llamado síndrome postaborto que trae secuelas
psicológicas y anímicas difíciles de superar. Existen también investigaciones
solventes acerca de la influencia del aborto procurado en un mayor riesgo de
cáncer de mama.
Cuando,
a lo largo de estas páginas, se exponen razones para defender la vida humana
del no nacido, no existe un olvido de los derechos de la mujer. Sólo una
persona severamente ingrata podría olvidarse de su madre, del respeto y la
consideración que debe a su feminidad. Las ayudas a la maternidad deben ser una
prioridad de las políticas sociales, que todavía tienen un amplio margen de
mejora. Pero favorecer la práctica del aborto no es ir a favor de la mujer sino
en su contra: matar a un hijo nunca beneficia a una madre, ni aunque ella lo
pida. Tampoco parece sensato eludir la figura del padre y de su responsabilidad
en la gestación de su hijo, que lo es tanto de él como de la mujer.
Otra de las razones
esgrimidas para fomentar el aborto es que la mujer tiene derecho a decidir el
número de hijos que desee tener. Está claro que esto no tiene contestación
alguna, y que imponer una determinada cuota de maternidad sería propio de una
represión inaceptable de la libertad de las parejas. Lo que ocurre es que este
slogan oculta parte de la verdad, y parte importante. Cuando lo que se defiende
es el “derecho a decidir” lo que realmente se pretende es el “derecho a decidir
sobre la vida del hijo”. No existe un derecho a matar a ningún ser humano, por
pequeño o gravoso que sea. El derecho supone la justicia y la justicia consiste
en dar a cada uno lo suyo. Lo más propio del feto es su propia vida. Aunque
esté en el seno materno, es un ser distinto de su madre. Igualmente distinto y
dependiente será el bebé en su cuna y, aunque haya nacido hace pocas horas, no
se permite que sus padres lo eliminen por muchas que sean las razones que
atenúen esa muerte.
Otra causa del
aborto son las malformaciones en el feto, pero suprimir esta vida, por lo que
hemos razonado antes, sería algo análogo a privar de su vida a cualquier
deficiente físico o psíquico. Detrás de esta postura se esconde la noción de
calidad de vida en su versión puramente materialista.
La disyuntiva
entre la vida de la madre o la del hijo es actualmente muy poco frecuente con
los medios médicos de los que se disponen. El caso de violación es algo
tremendo y lamentable. Médicamente está comprobado que es muy difícil en esas
circunstancias la fecundación, pero no imposible. En cualquier caso el nuevo
ser humano que surge es objetivamente inocente de lo ocurrido. La decisión de
la mujer que acepta dar a luz a ese hijo es una medida –constatada- para
superar las secuelas de esa odiosa violencia. Estas palabras pueden parecer a
algunos intolerables, pero la realidad y las imágenes de las prácticas
abortivas son mucho más intolerables.
El nonato no es un objeto
sobre el que se tenga una propiedad absoluta. Se trata de una vida humana, la
del propio hijo, que no es un artículo que se puede aceptar o rechazar. La
consideración de la vida humana como objeto de posesión se basa en la lógica de
la esclavitud. El hecho de que el concebido no pueda manifestarse, ni alegar
nada en su defensa, no hace más que poner en evidencia el tremendo abuso que
supone acabar con su vida.
Merece la pena
reflexionar sobre el sentido de la generación humana. La sexualidad es una
relación interpersonal que puede generar vida. Cuando se rompen los diques de
contención del ejercicio de la sexualidad, toda esa energía creativa acaba por
anegar los campos de la propia existencia. La sexualidad es una dimensión de la
persona relacionada con el amor y la procreación y, por tanto, sus
consecuencias son serias. Los medios anticonceptivos parecen la solución
rápida, para eludir las consecuencias del ejercicio de la sexualidad. Pero
estas prácticas pueden trivializar la sexualidad convirtiéndola en una especie
de droga que despersonaliza. Además, fomentan hábitos y conductas que pueden
dar lugar a embarazos no deseados que desgraciadamente acaban por aumentar las
prácticas abortivas.
La vida humana es un valor
incondicionado, cuya vida solo cabe cuidar y respetar. El derecho a la vida es
anterior a toda decisión. Ni los padres ni el Estado tienen derecho sobre una
vida humana. Velar por la vida de los no nacidos es también velar por la causa
de la dignidad humana y por el respeto entre los hombres. Si unos padres pueden
legalmente eliminar al hijo que lleva en sus entrañas, las relaciones de
solidaridad con los demás miembros de la sociedad se ven afectadas.
No es fácil aceptar la vida;
los que somos adultos lo sabemos. Hemos tenido épocas felices y entrañables,
pero hay otras temporadas, en ocasiones muy largas, que son duras, difíciles,
desabridas. Hay circunstancias en las que tan sólo parece que basta con
sobrevivir. Otras veces no se trata de una enfermedad o de una crisis, sino del
tedio, de tantos días que parecen iguales, uniformes, pesados, descorazonados.
Sin embargo, la inmensa
mayoría de las personas queremos hacer de nuestra vida algo interesante,
grande, bueno, que sirva de ayuda a los demás. Sólo se vive una vez. Si
queremos ser fecundos y dejar referencia, tenemos que aceptar la vida con sus
problemas: luchar por sacar adelante un matrimonio difícil, quizás aguantar –al
menos durante una temporada- una difícil situación profesional por el bien de
nuestra familia, o aceptar un embarazo no deseado.
Por
otra parte, quien haya abortado puede saber que su mal tiene cura y que en la
vida nos abraza la esperanza cuando la buscamos sinceramente. Siempre hay
tiempo de reparar.
Cuando
la ley dice que el aborto voluntario es un delito no va contra la mujer; su
sociedad, su mundo la está diciendo: protege tu dignidad, respeta la
naturaleza, acepta la vida nueva que llega como te aceptaron a ti. Cuando toda
una orquesta mundial grita a coro, en algunos casos con fortísimos intereses
económicos, que abortar es un derecho de la mujer no dice la verdad porque lo
que va a nacer –no hay más ciego que el que no quiere ver- es un niño. En la
mano de cada embarazada está ser ejemplo de fruto. Si elige la vida no se
arrepentirá: elige ser mujer, ser madre, dar vida, dar felicidad y poseerla
hasta lo hondo del corazón en cuanto ve a su hijo.
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