Thursday, August 12, 2021

Dar buen ejemplo es lo que educa mejor


La infancia y el hogar se mezclan en la memoria, frecuentemente, como un tiempo feliz. Este chorreón de luz, que es la niñez, con sus juegos en los parques, sus ilusionadas noches de Reyes Magos y sus coscorrones deportivos, se asentaba sobre la alianza matrimonial de nuestros padres. Una unión llena de esfuerzos y responsabilidades, que pasaban bastante inadvertidos -o quizás no tanto- a hijos e hijas. Uno no sabía entonces que el cariño al padre y a la madre se transformaría en una referencia para toda la vida.

Los veranos en contacto con la naturaleza y los vecinos de la urbanización eran un manso río de felicidad en la que familia, montañas, pájaros, vacas -me caen bien- y amigos eran toda una escuela de aprendizaje.

Pero pasemos al escenario escolar: el colegio, desde las etapas de infantil y primaria, siempre ha sido un lugar incómodo. Por mucho que los profesores intentemos idealizar la enseñanza, ésta tiene algo de antipático y de costoso; como sucede también con otros compromisos sociales. Pero esta condición adversa de la escuela es un agente de maduración de los niños, quienes aprenden que tienen deberes y responsabilidades. Ya lo sabían con anterioridad en sus familias, donde la exigencia y el cariño se unen de tal modo que hacen del hogar el ámbito educador por excelencia. Por este motivo, la profunda crisis que afecta actualmente a la institución familiar es tan devastadora humana y educativamente.

Los centros escolares son prácticos y su labor es generalmente positiva; pero… ¿No podríamos intentar que chicos y chicas lo pasaran mejor, a la vez que se esfuerzan y aprenden? ¿Sería posible que alumnos y alumnas fueran diariamente al colegio con más ilusión? Me hago estas preguntas después de treinta y cinco años como docente, y antes de empezar un nuevo curso escolar. No sé si es posible este noble deseo, pero hay un único camino: el que recorran padres y profesores dispuestos a intentar vivir con motivación cada nueva jornada. Es decir: tenemos que estrenar   la vida cada día. No me refiero a ejercitarse en un vitalismo voluntarista, sino a tener motivos profundos para vivir y para enseñar. Esto es compatible con padecer fragilidades y desánimos que, bien asimilados, nos hacen más realistas y nos pueden fortalecer.

Los alumnos suelen tener recuerdos muy positivos de sus escuelas o colegios al pasar los años, pero algunos son especialmente memorables. Pueden referirse a un día en que se rieron de lo lindo con todos, y no de nadie. Tal vez se trate de una intervención especialmente ocurrente de un alumno, o de una metedura de pata de otro, llevada con humildad y salero. Yo recuerdo ahora algo sencillo: un profesor que estuvo en mi colegio, cuando yo era alumno. Era un señor con gafas, que transmitía una gran serenidad y confianza. Se trataba de un hombre que educaba con su modo de ser ordenado y discretamente alegre. Un profe que, seguramente sin pretenderlo, nos estaba diciendo con su actitud que la vida merece la pena vivirla con ilusión y buscando metas positivas.

 

José Ignacio Moreno Iturralde


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