Saturday, August 14, 2021

Recuerdo de grandes profesores


Don José, por entonces se llamaba así a los profesores, era un buen profesor y un excelente portero de fútbol. Le tuve siempre una profunda admiración. Junto a él me sabía valorado y querido. Don Luis era un apasionado de la Historia. En las correcciones de mis exámenes siempre me daba ánimos o me expresaba sus felicitaciones. Esto me agradaba mucho y, nunca, ni por asomo, se me ocurría darle las gracias. Con el paso de los cursos nuestros malos comportamientos le hicieron pasar malos ratos. En una ocasión, le pusimos la mesa de tal modo que cuando se sentara probablemente se caería. Efectivamente se sentó y empezó a hablar de la caída del imperio romano. En un atisbo de cordura me di cuenta de la falta de respeto que íbamos a cometer con él. Milagrosamente no pasó nada, y la silla resistió. Respiré hondo, pensando más en que me libraba de una sanción que en la integridad de Don Luis. Rosario fue mi profesora de Biología, o de algo así. Me importaba un pimiento la asignatura, pero ella me parecía encantadora. Joven, maja, casada y con hijos, tremendamente humana, exigente y simpática. Doy gracias a Dios por haberla conocido.

Una vez en la universidad, quisiera destacar la figura de Don Vicente: una figura ciertamente gorda. Su voluminosidad era tanta como su competencia profesional. Tenía muy buen ánimo, preocupación por los alumnos y gran integridad moral. Tuve la fortuna de que me dirigiera la tesis doctoral y, sobre todo, de haber tenido largas parrafadas en su despacho, hablando de lo divino y de lo humano. Era un hombre magnánimo. Otro profesor, cuyo nombre no recuerdo, nos dio clase de Paleografía, en Historia. Era algo soso y estaba muy preocupado por sus alumnos. Dividió nuestro grupo en dos y multiplicó sus horas de clase para atendernos mejor. No parece que recibiera más sueldo por esto. Al final de curso le hicimos un regalo y le aplaudimos de lo lindo; cosa que le emocionó. Fue el episodio más cargado de humanidad de todos mis años de universidad.

Poco tiempo después comencé a ser profesor. Para mí se trataba de una profesión ocasional, sin ninguna idea de que fuera la definitiva. Mi vocación a la docencia ha sido fortuita o providencial, no me salía de dentro, sino que me venía de fuera. Luego he caído en la cuenta de que la palabra vocación viene del término latino “vocare”, que significa llamada.

A lo largo de mis años de profesor he aprendido mucho de compañeros de trabajo; especialmente de algunos mayores, cuando yo era más joven. Verles trabajar con alegría, en una profesión de tanta carga emocional, ha sido para mí de gran ayuda. El mejor profesor que he conocido, sin embargo, era relativamente joven, inteligente, práctico, con grandes dotes pedagógicas y, sobre todo, con una enorme capacidad de querer a sus alumnos y de tener paciencia con ellos. Cuando le veía funcionar me preguntaba de donde sacaba las fuerzas. Era uno de esos hombres felices que viven con madurez y alegría, alegrando la vida a los demás. Otro personaje que quisiera destacar se llamaba Don Rodrigo. Llevaba muchos años dedicado a colegios, pero últimamente no daba clase. Era un tipo divertido, guasón, enamorado de la vida y con un sentido común morrocotudo. Sabía echarle salero a la existencia  y poner las cosas en su sitio. Era el capellán del colegio de una barriada obrera donde trabajé veinte años. Pese a todas las adversidades que había que tenido que afrontar, transmitía ilusión por vivir en un marco sensato y realista. Tras su fallecimiento, el día de su funeral, me enteré que había sido premio extraordinario en su carrera de Derecho Civil, que estudió además de sus estudios eclesiásticos. Pero lo más extraordinario de él era que sabía vivir la vida cotidiana con una disponibilidad asombrosa para ayudar a los demás. Y todo esto lo hacía de modo simpático y motivador.


José Ignacio Moreno Iturralde


2 comments:

zuri said...

Coincido en muchos recuerdos, José Ignacio. Recibimos aquellos grandes regalos con mucha inconsciencia, como si nos fueran debidos. Solo con el tiempo y la experiencia propia aprendimos a valorarlos. Un abrazo para ti y para ellos.

Jose Ignacio Moreno said...

Un abrazo, Pablo. Espero que estés muy bien.