Don José, por entonces se
llamaba así a los profesores, era un buen profesor y un excelente portero de
fútbol. Le tuve siempre una profunda admiración. Junto a él me sabía valorado y
querido. Don Luis era un apasionado de la Historia. En las correcciones de mis
exámenes siempre me daba ánimos o me expresaba sus felicitaciones. Esto me
agradaba mucho y, nunca, ni por asomo, se me ocurría darle las gracias. Con el
paso de los cursos nuestros malos comportamientos le hicieron pasar malos
ratos. En una ocasión, le pusimos la mesa de tal modo que cuando se sentara
probablemente se caería. Efectivamente se sentó y empezó a hablar de la caída
del imperio romano. En un atisbo de cordura me di cuenta de la falta de respeto
que íbamos a cometer con él. Milagrosamente no pasó nada, y la silla resistió.
Respiré hondo, pensando más en que me libraba de una sanción que en la integridad
de Don Luis. Rosario fue mi profesora de Biología, o de algo así. Me importaba
un pimiento la asignatura, pero ella me parecía encantadora. Joven, maja,
casada y con hijos, tremendamente humana, exigente y simpática. Doy gracias a
Dios por haberla conocido.
Una vez en la universidad, quisiera destacar la figura de
Don Vicente: una figura ciertamente gorda. Su voluminosidad era tanta como su
competencia profesional. Tenía muy buen ánimo, preocupación por los alumnos y
gran integridad moral. Tuve la fortuna de que me dirigiera la tesis doctoral y,
sobre todo, de haber tenido largas parrafadas en su despacho, hablando de lo
divino y de lo humano. Era un hombre magnánimo. Otro profesor, cuyo nombre no
recuerdo, nos dio clase de Paleografía, en Historia. Era algo soso y estaba muy
preocupado por sus alumnos. Dividió nuestro grupo en dos y multiplicó sus horas
de clase para atendernos mejor. No parece que recibiera más sueldo por esto. Al
final de curso le hicimos un regalo y le aplaudimos de lo lindo; cosa que le
emocionó. Fue el episodio más cargado de humanidad de todos mis años de
universidad.
Poco tiempo después comencé a ser profesor. Para mí se
trataba de una profesión ocasional, sin ninguna idea de que fuera la definitiva.
Mi vocación a la docencia ha sido fortuita o providencial, no me salía de
dentro, sino que me venía de fuera. Luego he caído en la cuenta de que la
palabra vocación viene del término latino “vocare”, que significa llamada.
A lo largo de mis años de profesor he aprendido mucho de
compañeros de trabajo; especialmente de algunos mayores, cuando yo era más
joven. Verles trabajar con alegría, en una profesión de tanta carga emocional,
ha sido para mí de gran ayuda. El mejor profesor que he conocido, sin embargo,
era relativamente joven, inteligente, práctico, con grandes dotes pedagógicas
y, sobre todo, con una enorme capacidad de querer a sus alumnos y de tener
paciencia con ellos. Cuando le veía funcionar me preguntaba de donde sacaba las
fuerzas. Era uno de esos hombres felices que viven con madurez y alegría,
alegrando la vida a los demás. Otro personaje que quisiera destacar se llamaba
Don Rodrigo. Llevaba muchos años dedicado a colegios, pero últimamente no daba
clase. Era un tipo divertido, guasón, enamorado de la vida y con un sentido
común morrocotudo. Sabía echarle salero a la existencia y poner las cosas en su sitio. Era el capellán
del colegio de una barriada obrera donde trabajé veinte años. Pese a todas las
adversidades que había que tenido que afrontar, transmitía ilusión por vivir en
un marco sensato y realista. Tras su fallecimiento, el día de su funeral, me
enteré que había sido premio extraordinario en su carrera de Derecho Civil, que
estudió además de sus estudios eclesiásticos. Pero lo más extraordinario de él
era que sabía vivir la vida cotidiana con una disponibilidad asombrosa para
ayudar a los demás. Y todo esto lo hacía de modo simpático y motivador.
José Ignacio Moreno Iturralde
2 comments:
Coincido en muchos recuerdos, José Ignacio. Recibimos aquellos grandes regalos con mucha inconsciencia, como si nos fueran debidos. Solo con el tiempo y la experiencia propia aprendimos a valorarlos. Un abrazo para ti y para ellos.
Un abrazo, Pablo. Espero que estés muy bien.
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