Se habla ya de las
medidas higiénicas para el nuevo año escolar, como es lógico. Por otra parte, la
tecnología y sus estupendos recursos seguirán mejorando nuestra pedagogía. Preparar
bien las clases, atender a los alumnos y a sus familias, estudiar -esa asignatura
permanente de un buen profesor-, así como recibir alguna formación específica,
son tareas que los docentes tendremos que afrontar de nuevo.
Quisiera centrarme ahora
en algo diferente: un profesor educa más por lo que hace que por lo que dice.
Vivir la asignatura, preocuparse sinceramente de la mejora de sus alumnos y, en
la medida de lo posible, echarle salero y buen ánimo al día cotidiano, son el
pulso de una docencia convincente. Una educación que, como los astros, muestra
referencias en el firmamento de la vida. Será una siembra de luces sencillas,
pero eficaces y portadoras de guía y seguridad. Se trata de un gran reto, del
que se habla poco. Quizás porque ya se sabe, o tal vez porque se olvida por ser
muy exigente. Hemos de tener en cuenta de que hablamos de una actitud que
conlleva felicidad, para el que se aventura a intentar cultivarla y para los
que con él conviven. Decir con la conducta que la vida y la relación con
nuestros semejantes merecen la pena, pese a los problemas que surjan, es educar en la
felicidad, en el esfuerzo por alumbrar el presente gris, convirtiéndolo en el
anticipo de un mañana esplendoroso. Y si a veces las cosas no salen bien y el
abatimiento nos quiere hacer zozobrar, podemos volver a mirar alguna de esas
estrellas entrañables, simpáticas, humildes y victoriosas que siempre nos han
guiado y seguirán haciéndolo.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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