Ana fue una mujer valiente, simpática y
práctica. Por los aires, voló en aviones militares en tiempos bélicos del siglo
XX. A ras de tierra, surtió nutritivamente a sus familiares con esplendorosas
fuentes de croquetas y otras maravillas culinarias. Se río de lo lindo con sus
semejantes, supo coger la vida como venía: con realismo, buen humor y con una
desarmante sencillez que la hacía fuerte y segura. Hizo muchas cosas
provechosas: practicó con maestría el juego del diabolo, entabló una sería
lucha contra su fuerte carácter, y fue una esposa y madre ejemplar. Supo
disfrutar de la vida: era sufrida, pero no sufridora. Experimentó la dureza de
la enfermedad y de la muerte, con esperanza, fe, e incluso con toques maestros
de buen humor. Fue feliz e hizo feliz a quienes le rodeaban. Confió en la vida,
pese a todos sus sinsabores, y dejo un rastro de luz alegre. Experta costurera,
supo también coser con acierto los hilos de la libertad y de la providencia.
Providencia y libertad
La providencia puede entenderse como un
misterioso y buen designio que orienta y cuida nuestros pasos. Si esta
providencia negara nuestra libertad, determinándola totalmente, sería
aborrecible. Por otra parte, si la libertad personal estuviera sola, las múltiples
injusticias y desengaños del mundo hacen de ella un intento vano y un motivo de
amargura. Vemos en la historia, por
ejemplo, que existen hombres sin escrúpulos que parecen triunfar y, por el
contrario, muchos inocentes que son explotados, incluso asesinados. Sin una
providencia que reconduzca los renglones torcidos de la existencia, la
injusticia sería un nervio central de la realidad.
En tiempos donde la autonomía es un valor
máximo, la idea de providencia resulta algo incómoda: se trata de algo que no
podemos controlar. Algunos piensan que la
providencia es una categoría religiosa que enmascara lo que sólo es azar. Al
respecto caben decir varias cosas. El azar es precisamente la ausencia de
explicación. La providencia es una noción que va más allá de nuestras fuerzas,
pero la racionalidad de su entidad es impecable. Por el contrario, el azar sí
que es un mantra de la ignorancia, de la multiplicidad de causas desconocidas.
Puede ser bueno tener una aceptación práctica de un margen de azar, pero el
azar en sí mismo no es más que una categoría irracional.
Providencia y libertad se necesitan una a otra: son dos
aspectos complementarios de un mundo personal, donde la libertad juega un papel
primordial y, por eso mismo, se mece en las aguas de la providencia con
confianza y determinación. La providencia es amiga de la libertad. Chesterton lo
expresaba de un modo gráfico y entrañable: "La mejor manera en que un ser
humano podría examinar su disposición para encontrarse con la variedad común de
la humanidad sería dejarse caer por la chimenea, de cualquier casa elegida a
voleo, y llevarse tan bien como sea posible con la gente que está dentro. Y eso
es esencialmente lo que cada uno de nosotros hizo el día en que nació".
Providencia y libertad establecen un marco adecuado para la
esperanza. Cada uno debe hacer lo que pueda, no más, y procurar hacerlo bien.
Lo que importa es poner todos los medios a nuestro alcance para conseguir algo
noble y esperar que ocurrirá, lo veamos o no. Se trata de una postura sensata porque
parte de ponernos en nuestro sitio, y confiar en que alguien superior a
nosotros arreglará las cosas, más tarde o más temprano, en esta vida o después
de la muerte.
Vivir el presente
C.S. Lewis decía que "el presente es el
punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad". La eternidad, lo que
esta mas allá del espacio y del tiempo, contrasta con nuestra mentalidad
temporal. Sin embargo, podemos entender que esa eternidad esta conectada con el
tiempo, lo asume, y guarda cierta memoria de él. El modo personal de vivir el
tiempo es biográfico, trasciende el momento presente. Por esto parece razonable
que la eternidad sea el ámbito de vida de un ser personal trascendente al
tiempo: Dios.
Por todo lo dicho, el presente se revela como un
momento cargado de entidad. En otra conocida obra del mismo autor, "Cartas
del diablo a su sobrino", un instigador del mal le dice un colega de
oficio: "recuerda que nuestra tarea principal es sacar a los hombres del
presente". Con mucha frecuencia, nuestra imaginación vuela a momentos y
lugares que quizás no lleguemos a experimentar, mientras el momento presente se
nos antoja, a menudo, como poco atractivo y carente de valor. Sin embargo, en
cada instante podemos recapitular la vida, corregir el rumbo, replantear la estrategia.
Podemos ponernos en condiciones de adoptar una cierta perspectiva de eternidad,
serena, que suele resultar prudente y eficaz. Quizás podría definirse la
sabiduría como vivir con plenitud el momento presente. Todos podemos intentarlo
una y otra vez.
Josef Pieper, en su obra " Las virtudes
fundamentales", destaca que la esperanza tiene mucho que ver con la
aceptación de la propia vida. Sabemos que esto no es siempre fácil,
especialmente para personas expuestas a duras condiciones de existencia. Antonio
Ruiz Retegui, autor del libro " Pulchrum" (Belleza), también insiste
en la necesidad de la aceptación de la propia existencia para la plenitud
personal. Este último autor interpreta el sentido positivo de la aceptación de
la propia vida, desde la perspectiva providencial de la misma. Cualquier suerte
o desgracia que me toque es la mía, y yo estoy llamado a vivirla de un modo
personal e irrepetible. Algo que me ha tocado no es simplemente un boleto de
azar, sino un camino a recorrer. Ciertamente el Óscar a una interpretación
cinematográfica no tiene que ver con la salud o con el nivel socioeconómico del
personaje, sino con la profesionalidad del actor que representa a un príncipe o
a un mendigo. Todos preferimos los lujos de la corte antes que los andrajos de
la miseria, pese a las advertencias de la literatura de Mark Twain en su
“Príncipe y mendigo”, o a la pletórica alegría de Francisco de Asís. Aunque,
desde luego, una vida sencilla puede tener más felicidad y sentido que otra
encumbrada.
Es verdad que la existencia trae consigo desengaños, pero
estas frustraciones pueden desvelarnos mentiras camufladas; nos convencen de
que habíamos puesto nuestra confianza en un lugar equivocado, o que invertimos
nuestra felicidad, plenamente, en algo falso. Entonces, se puede observar
con más agradecimiento alegrías estupendas: el nacimiento de un hijo, la mirada
benévola de nuestro abuelo, o la belleza de la fidelidad matrimonial.
La esperanza de los niños en la noche de Reyes
Magos es de una consistencia demoledora. La mirada victoriosa de un anciano
feliz, curtido en la virtud, resiste a cualquier filosofía de la inquietud y la
sospecha. Confiar en lo que es digno de confianza es como flotar en el mar del
mundo y poder navegar hacia un rumbo concreto. Supone la sana disposición de
reposar la mente sobre la almohada de la verdad. Esperar es vivir con más
intensidad, potenciar la ilusión, acercarse a la plenitud, abrirse a la magia
del misterio que es la más plena de las realidades.
Renovarse
Ponernos en el lugar de la realidad es una
actividad inteligente. Es muy saludable echar un vistazo al mundo, y
percatarnos de nuestra humilde condición personal. Una vida sencilla, alegre y
servicial, no exenta de sacrificio, puede llevar a una considerable felicidad y
realización humanas. Descubrimos entonces, que las personas más sanamente
ambiciosas se contentan con promocionar todo lo posible la vida de sus
semejantes. Así como la sed de poder y notoriedad se devoran a sí mismas, el
trabajo creativo para el servicio edifica una personalidad grande, serena y
generosa.
Cuando uno quiere llegar a una meta, es preciso
que cuente con un apoyo adecuado. Reducir una fractura suele ser tarea mas
adecuada para un traumatólogo que para un lesionado. Darse la vuelta a uno
mismo, renovarse hasta el punto de sacar oro del aparente barro de la vida
cotidiana, requiere de algo más que de una piedra filosofal. Puede tener que
ver con enfocar una mirada nueva sobre el mundo, los demás y la propia vida.
Una mirada más clara y animosa, superior a la nuestra, que nos hace ser mejor
nosotros mismos.
Las experiencias de renovación personal, físicas
y morales, suelen estar precedidas por periodos de crisis. Como el sol después
de la tormenta, la luz del día se valora más después de superar una sería
enfermedad, o un serio desencuentro con un familiar o un amigo. Siempre, las
personas más queridas y valoradas son las que supieron hacer de su vida un sí a
los demás. Ese servicio no suele ser un coser y cantar. Sin embargo, poco a
poco, se va abriendo paso una fuerza interior que renueva y tonifica, con más
efectividad y duración que un estimulante baño en el río.
Pensar en los demás es la raíz de la cultura de
la vida. Supone quererles, luchar por hacer un mundo mejor para ellos y
para nosotros. La caridad, ejercida como fin de todo acto, hace del mundo un
hogar más habitable y más humano. La verdad personal se ve comunica con la de
muchos otros, empezando por nuestros seres más cercanos. El amor es una suerte
de renovación, de recreación de las cosas y las personas. El amor como
afirmación del otro, iniciado desde el respeto, genera hábitos y cualidades
resistentes y duraderas. Querer a los demás, pese a sus defectos, es un recio
ejercicio que renueva la entraña del alma, rejuveneciéndola.
Ana, la intrépida joven aviadora y simpática mujer madura, es
una de las muchas personas que nos han dado un ejemplo alegre de esperanza; una
virtud que necesitamos desarrollar para poder amar la vida.
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